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Cuando la pena se transforma en arte
Arte popular ayacuchano en los tiempos de violencia

La presentación del informe de la Comisión de Verdad y Reconciliación, CVR, es el momento oportuno para recordar no sólo los crímenes aberrantes cometidos en el Perú sino también el impacto que esa violencia tuviera en la conciencia de los pueblos.

Las cifras son una cosa, otra son las huellas que los atropellos de uno y otro de los actores violentos han dejado en el alma de la gente que han sufrido durante tantos años. Mientras reinaba el silencio en grandes partes del Perú, muchos artistas populares especialmente de la región de Ayacucho, y entre los desplazados que huían a las ciudades de la costa, expresaban en sus obras ese dolor profundo de las campesinas y los campesinos, y el rechazo que sentían frente a la violencia deshumanizante. Crearon así, en el marco de los cánones tradicionales del arte popular ayacuchano, una serie de obras excepcionales, dándole una cara visible a las penas anónimas de miles de víctimas de la violencia.Entró la sangre a los pisos de los retablos ayacuchanos. Se poblaron de gente armada los techos de las iglesias de barro en Quinua. Lágrimas brotaron de las máscaras preincáicas de los tapices de Santa Ana. Irrumpieron los soldados en lo blanco de la piedra de Huamanga. Y fueron desenmascaradas implacablemente, en las pinturas de Sarwa, las harengas hueras de uno y otro de los bandos que avasallaron a los pueblos de los montes de Ayacucho.

Estas obras, hoy dispersas por el mundo, son un testimonio valioso e impactante del rechazo y de la desesperación que los artistas populares, y con ellos gran parte de la población ayacuchana, sentían frente a la violencia. Cuando resultó cada vez más difícil levantar la voz de protesta contra los violentos, el arte se convertía en el medio que era capaz de reflejar y expresar en su propio lenguaje el dolor y el rechazo. De manera similar la música popular ayacuchana de esa época supo expresar los mismos mensajes. El lenguaje poético del arte popular tradicional al que tanto los artistas plásticos como los cantautores hacen recurso no se decifra si no en el contexto referencial de esa tradición. La comunicación se realiza plenamente sólo entre quienes están familiarizados con esas referencias. Y raras veces sus mensajes son unidimensionales. Esas ambigüedades comunicativas han permitido que muchas obras de arte hayan pasado por la censura de los que tenían el poder y el fusil. No siempre, sin embargo.

En la exposición se encuentra también una obra semidestruída que causó la rabia de un armado en un retén en la carretera de Ayacucho.El Centro de Derechos Humanos de Nuremberg (NMRZ, v. www.menschenrechte.org) ha reunido casi un centenar de obras que demuestran la variedad de estilos y acercamientos temáticos que los artistas ayacuchanos desarrollaron frente al tema de la violencia. Rainer Huhle y Gaby Franger, activistas del NMRZ, trabajaban durante los años ochenta con ONGs de derechos humanos en Lima y Ayacucho. Un enfoque especial de su trabajo era la cooperación con artistas populares de esta ciudad. Las obras originadas en el contexto de ese trabajo forman el núcleo de la exposición que el NMRZ presentó en Nuremberg de noviembre 2003 hasta enero 2004, con motivo de la presentación del informe de la CVR. Entre las obras expuestas se encuentran también trabajos de niños ayacuchanos que dan testimonio de las experiencias traumáticas que sufrieron en sus familias y pueblos. Fueron fabricados en talleres de atención psicológica que los mismos artistas populares organizaron en coordinación con algunas ONG para ofrecer a los niños una oportunidad de superar sus terribles recuerdos a través de la creatividad artística.

Si los artistas populares se dedicaron con tanto esmero a expresar el sufrimiento de su pueblo y a apoyar a los niños víctimas de la guerra, sin duda fue también porque ellos mismos no escaparon a la persecución. En una sola noche de triste recuerdo en 1983 fueron muertos ocho alfareros en el pueblo de Quinua. Uno de ellos había recibido semanas antes en Canadá un premio por una iglesia excepcional en el estilo tradicional de Quinua. Mientras tanto, la iglesia del pueblo mismo solía tener costales de arena en el alto de su torre, visión extraña que dio origen a la representación de combates en los techos y torres de las iglesias de barro.Varias obras de los artistas populares representan acontecimientos que tienen una relación directa con hechos investigados ahora por la CVR, tal como la masacre de Accomarca o la matanza de los periodistas en Uchuraccay.

La documentación escrita del informe de la Comisión se complementa así con la exposición de la memoria no-verbal que el arte popular ayacuchano supo crear desde el sufrimiento vivido por el pueblo.Entre las obras expuestas se destacan algunos retablos de tamaño grande como "Pobrechalla campesino" que sitúa la masacre de Uchuraccay en el contexto general de la miseria del campesino, o la representación, en cinco pisos con figuras de barro, de la sangrienta represión de una manifestación campesina; cerámicas como visión panorámica de una iglesia en cuyas cuatro lados se entremezclan escenas tradicionales y religiosas con la irrupción de la violencia armada, culminando en un requiem campesino; la cruel "leva campesina" tallada en piedra de Huamanga, material tradicionalmente reservado a la representación de santos o personajes de la historia patriótica; las campesinas huyendo de la violencia verde y roja en un tejido después mil veces copiado sin sentido por su mensaje; las arpilleras confeccionadas en los talleres de mujeres desplazadas y familiares de desaparecidos; las tablas de Sarwa donde los pintores satirizan con perspicacia la inhumanidad tanto de la acción como de la ideología de sus agresores.

Si bien la gran mayoría de las obras data de los años ochenta, hay también trabajos más antiguos que hacen ver la tradición artística en que se inscriben las nuevas obras. Temas como el "Santiago matamoros" o "Santiago mataindios", la "leva", la tortura de la inquisición o incluso el motivo del "Yara fiesta" demuestran que el la representación de hechos de la violencia social y de la actualidad política nunca ha sido ajena a esta tradición.

Con el final del período de extrema violencia se reducía, a partir de los años noventa, también la representación de los sufrimientos en el arte popular ayacuchano. El interés en esas obras extraordinarias bajó, y las convulsiones demográficas de toda la región andina contribuyeron a una crisis general del arte popular. Aún así hay en la exposición algunas obras de fecha reciente como testimonio de que la capacidad de graficar hechos sobresalientes de la actualidad en el lenguaje artístico tradicional persiste todavía. Entre esas escasas obras destaca un mate burilado donde se junta la captura de Feliciano con un evento de impacto mundial: la destrucción de las torres de Nueva York el 11 de septiembre de 2001.La exposición "Cuando la pena se transforma en arte" es complementada por documentación textual y gráfica de la tradición del arte popular ayacuchano y del contexto político que fuera motivo de esas expresiones artísticas, incluyendo los resultados de la labor de la CVR. Busca así resucitar en Alemania el interés por la situación de los derechos humanos en el Perú y rendir homenaje a los artistas ayacuchanos que a partir de lo profundo de la tradición sabían transformar en arte la pena que ellos con su pueblo sufrían durante la violencia a fines del siglo XX.

Se espera que la exposición después de Nuremberg pueda pasar a otras ciudades alemanas y también al exterior. En particular, es la esperanza de los autores de la exposición, Gaby Franger y Rainer Huhle, que ella pueda ser mostrada también en el Perú y especialmente en Ayacucho.

Para mayor información:

Nürnberger Menschenrechtszentrum
Rainer Huhle
Adlerstr. 40
90403 Nürnberg
peru-ausstellung@menschenrechte.org



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