por Rainer Huhle
Ricardo Alfaro pertenecía a esa clase ya extinguida de juristas latinoamericanos que en el fondo se consideraban a sí mismos genios universales. Antes de centrarse en la jurisprudencia y doctorarse en Derecho y Ciencias Políticas en 1918, había trabajado de agente ferroviario, de secretario, de enfermero y de traductor, había dirigido un periódico y había interpretado papeles teatrales. Además de Derecho, estudió Lingüística y Ciencia Literaria, escribió trabajos históricos, trabajó en el Ministerio de Asuntos Exteriores de su país y empezó su carrera política. Obtuvo su primera cátedra como historiador y fundó la Cruz Roja de Panamá. Después de la Primera Guerra Mundial, Alfaro representó a su país en las duras negociaciones con Estados Unidos sobre el Canal de Panamá. Entre 1931 y 1932, en medio de una de las muchas crisis políticas del país, ejerció de presidente, nombrado por el Tribunal Supremo. En 1940 se presentó como candidato a la presidencia, pero fue derrotado en las elecciones. En esa época también apoyó al bando republicano en la Guerra Civil Española desde Panamá y Estados Unidos.
Como muchos otros hombres de Estado latinoamericanos, Alfaro tuvo una relación ambigua con Estados Unidos. Aunque defendió los intereses de Panamá en relación al Canal, los muchos años que trabajó como diplomático en Estados Unidos en los años veinte y treinta le marcaron mucho. En 1938 fue nombrado secretario general del influyente American Institute of International Law, del que había sido cofundador años atrás y al que estuvo siempre vinculado. Tras su fracasada candidatura presidencial en 1940, Alfaro tuvo que huir de Panamá y volvió a Estados Unidos. Durante sus cada vez más numerosas actividades internacionales trabajó desde el exilio para restablecer la democracia en Panamá y crear una nueva constitución.
En 1945 presidió la Delegación de Panamá en la conferencia de fundación de las Naciones Unidas en San Francisco, y el mismo año fue designado Ministro de Relaciones Exteriores de su país. Alfaro fue de los delegados más participativos en la fundación de la ONU y luchó por la fijación de los derechos humanos en la Carta de la nueva organización internacional. El primer día de la conferencia presentó, con el apoyo otros delegados latinoamericanos, una propuesta de ampliación de la Carta con la Declaración de los Derechos y los Deberes de los Estados (Declaration of the Rights and Duties of Nations) y la Declaración de los Derechos Humanos Fundamentales (Declaration of Essential Human Rights), que pretendía que fuesen un elemento esencial de la misma. La Declaración de los Derechos y los Deberes de los Estados había sido elaborada por el American Institute of International Law en 1916, y trataba sobre la regulación pacífica de las relaciones internacionales. La Declaración de los Derechos Humanos Fundamentales, por otro lado, había sido elaborada por el American Law Institute unos meses antes, y sus 18 artículos defendían los derechos civiles y políticos fundamentales, el derecho a la educación, al trabajo, a unas condiciones laborales dignas, a la alimentación, a la vivienda y a la seguridad social. La propuesta de Alfaro recibió muchos elogios, pero resultó demasiado osada para la Conferencia y no fue aprobada. De haber salido adelante, los derechos humanos habrían formado parte del derecho internacional desde la misma fundación de las Naciones Unidas.
Alfaro no se dejó desanimar por el fracaso. Después de lograr incorporar una serie de declaraciones y normas sobre derechos humanos en la Carta de la ONU, volvió a presentar sus propuestas como representante de Panamá en la Primera Asamblea Plenaria Ordinaria. Al ser rebatidas de nuevo, Panamá presentó finalmente el documento a la Comisión de Derechos Humanos, donde fue una de las bases de la elaboración de la Declaración Universal. El propio Alfaro fue miembro de la Comisión, inicialmente formada por 18 delegados, y colaboró activamente en su posterior trabajo.
También fue decisivo su papel en la creación de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio. Como presidente de la Delegación de Panamá en la Asamblea General de la ONU de 1946, fue el primero en firmar la resolución contra el genocidio presentada por Raphael Lemkin y consiguió el apoyo de otras delegaciones. Dicha resolución sirvió de base para la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, aprobada en 1948 junto con la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Alfaro siguió comprometido con la penalización del genocidio y de las violaciones de derechos humanos. Desde 1949 hasta 1953 fue miembro de la Comisión de Derecho Internacional de las Naciones Unidas, entre cuyos objetivos se encontraba la codificación del derecho penal internacional como continuación de los principios proclamados en Núremberg. En 1950, como enviado especial, presentó a la Comisión un informe completo sobre jurisdicción criminal internacional (Question of International Criminal Jurisdiction).
En 1959, con 76 años, fue nombrado magistrado y más tarde vicepresidente de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, que abandonó en 1964 por su avanzada edad. Hasta su muerte se dedicó al periodismo y a dar conferencias, y dio rienda suelta a su antigua afición por la historia, la literatura y la filología.
Traducción del alemán: Álvaro Martín Martín