por Rainer Huhle
Louis B. Sohn fue uno de los juristas más importantes del siglo XX y es considerado el padre del derecho internacional americano. Entre sus alumnos se cuentan ilustres expertos en derecho internacional como Thomas Buergenthal, que como él llegó a Estados Unidos huyendo de la Europa nazi.
Ludwig Bruno Sohn nació en Lviv (Ucrania) a principios de la Primera Guerra Mundial, durante los últimos años del Imperio Austro-Húngaro. Estudió Derecho en la Universidad Juan Casimiro, en cuya biblioteca se encerraba de la mañana a la noche debido a la persecución de los judíos. Su padre sobrevivió a los campos de concentración pero su madre murió durante el primer invierno de la guerra. Sohn había recibido una invitación de Harvard por una publicación jurídica y en el último momento logró escapar a Estados Unidos. En 1941 consiguió una cátedra en dicha prestigiosa universidad americana.
Como otros muchos inmigrantes, pronto se unió a los representantes de la sociedad americana que querían reorganizar el mundo tras la victoria sobre los nazis. Con su nombre americanizado, Louis B. Sohn participó activamente en la elaboración del borrador de un reglamento de las Naciones Unidas. Se trataba de un proyecto desarrollado por abogados canadienses y estadounidenses que se centraba en la creación de una organización sucesora de la Sociedad de Naciones y de una nueva Corte Internacional de Justicia, y sobre todo en la formulación de los derechos humanos. Lo novedoso del proyecto es que no fue elaborado de forma teórica, sino como resultado de los viajes de Sohn y sus compañeros por ambos países para participar en asambleas donde se discutieron los distintos artículos y donde despertaron interés y sensibilidad por la idea de un nuevo orden mundial.
Sohn también participó como consultor en la conferencia de fundación de la ONU en San Francisco, donde contribuyó sobre todo a la consolidación de la orden de paz en la Carta de la ONU y en el reglamento de la Corte Internacional de Justicia. Aunque no participó en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, fue uno de los primeros en defender su carácter vinculante, alegando que la Declaración era la auténtica interpretación del mandato de la Carta de la ONU de proteger los derechos humanos. A pesar de que la mayoría de juristas se opusieron al carácter vinculante de la Declaración, Sohn no se rindió. En la primera gran conferencia internacional sobre derechos humanos, que tuvo lugar en Teherán en 1968, vio la posibilidad de defender la fuerza vinculante de la Declaración. Unos meses antes había organizado una conferencia informal en Montreal con numerosos expertos en derechos humanos, y juntos consiguieron que en Teherán se aprobara finalmente una proclamación que “declaraba solemnemente“: “La Declaración Universal de Derechos Humanos enuncia una concepción común a todos los pueblos de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana y la declara obligatoria para la comunidad internacional“. Un año después, la Asamblea General de la ONU ratificó ese carácter obligatorio en una resolución.
Sohn estaba convencido de que los derechos humanos y la paz mundial van siempre ligados, por lo que sus compañeros, que nunca consiguieron hacerle cambiar de opinión, le tachaban de utopista. Solía decir que su animal favorito era la jirafa porque tiene los pies en el suelo pero la cabeza bien alta.
En los años cincuenta, en plena Guerra Fría, Sohn se atrevió a escribir un libro donde imaginaba un futuro orden mundial: la policía de la ONU (la única fuerza militar permitida) mediaría en todas las tensiones entre naciones y administraría un presupuesto de 25.000 millones de dólares “”dólares de los años cincuenta“” para compensar las desigualdades entre países, el auténtico origen de los conflictos. Ese libro, titulado World Peace Through World Law (La paz por el derecho mundial), tuvo un gran éxito internacional, ya fuera gracias a sus utopías anacrónicas o a pesar de ellas. Sohn explicaba que cuando no se crean utopías no se sabe qué dirección hay que seguir. El profesor de Harvard decía que, si bien el deber de un universitario es imaginar un mundo perfecto, crearlo es tarea de otros. Aunque en realidad él también se comprometió en la práctica por la paz y los derechos humanos, a veces incluso con éxito.
Traducción del alemán: Álvaro Martín Martín