por Rainer Huhle
De los muchos diplomáticos que trabajaron en las Naciones Unidas en los primeros años, Carlos Rómulo fue sin duda uno de los más polifacéticos. Allí representó a su país, Filipinas, que junto a la India era el único país sin independencia política en participar en la fundación de la organización. Su vida y sus ideas políticas a veces reflejan el dilema ante el que se encontraban los intelectuales del Tercer Mundo al perseguir la independencia nacional y la creación de un nuevo orden mundial en medio de la dependencia cultural, económica y política respecto de las potencias coloniales.
En el caso de Filipinas, la potencia colonial era Estados Unidos, que a finales del siglo XIX había liberado las islas del dominio español e impuesto el suyo propio. Mientras que el padre de Carlos Rómulo había luchado contra los americanos en la guerra de guerrillas, él hizo carrera militar en el ejército americano y durante la Segunda Guerra Mundial trabajó a las órdenes del general MacArthur. En vista de la brutal invasión y ocupación japonesa, para la mayoría de nacionalistas filipinos Estados Unidos era un mal menor. Antes de comenzar su carrera militar, Rómulo había estudiado en Filipinas y Estados Unidos, y tuvo tanto éxito como periodista que en 1941 recibió un Premio Pulitzer. En 1944 fue nombrado Comisionado Residente, el mayor representante de la Mancomunidad de Filipinas ante el poder colonial, y como tal fue miembro del Congreso de Estados Unidos. Desde ese puesto lideró las negociaciones por la independencia de Filipinas, que finalmente se conseguiría en julio de 1946, y dirigió la delegación filipina en la conferencia fundacional de la ONU en San Francisco.
En dicha conferencia fue uno de los delegados más participativos de los llamados “países pequeños“ y defendió la independencia de los territorios coloniales, por lo que se ganó la antipatía de algunas potencias europeas. Rómulo, al que gustaba llamarse “David entre Goliats“ por su corta estatura, demostró gran tenacidad y destreza en el juego diplomático, y finalmente consiguió que la palabra independencia al menos apareciese al final de la Carta. Con la misma determinación luchó junto a la mayoría de participantes contra el derecho a veto de las grandes potencias en el Consejo de Seguridad, pero se rindió cuando el delegado jefe americano le hizo entender que si no se aprobaba el derecho a veto, Estados Unidos saldría de la ONU. Rómulo tenía un gran apego a Estados Unidos por los años que había pasado en el ejército, por su fuerte rechazo al comunismo y porque el gobierno había prometido la independencia de Filipinas. Además siempre reconoció el papel fundamental del estado norteamericano en la fundación de la ONU.
Sin embargo, eso no le impidió criticar entre otras cosas el racismo que dominaba en el país y que él mismo sufrió en ocasiones. Rómulo era miembro de la Comisión de Derechos Humanos, encargada de la redacción de la Declaración Universal. Cuando en la Comisión se trató la discriminación racial, Rómulo informó a la directora de la delegación americana y amiga suya, Eleanor Roosevelt, que en esa ocasión votaría con la delegación soviética contra el intento de Estados Unidos de restar importancia al asunto. En su discurso durante el debate final en la Asamblea General del 9 de diciembre de 1948, Rómulo destacó los elementos que hacían de la Declaración Universal un documento verdaderamente universal, como la incorporación de los derechos económicos y sociales, aunque también insistió en la necesidad de completarlos con un convenio vinculante y con instrumentos de implementación.
Rómulo pasó aún más tiempo en la conferencia de la ONU sobre la libertad de información, celebrada en marzo y abril de 1948, de la cual fue impulsor y luego presidente. Durante los primeros años la ONU dedicó mucho tiempo y esfuerzo al tema de la libertad de información, hoy relegado a un segundo plano. La Comisión de Derechos Humanos había fundado una subcomisión para la libertad de información, la cual preparó esa conferencia. En ella tuvo lugar un enfrentamiento entre Oriente y Occidente sobre el sentido de la libertad de información y de pensamiento, pero los representantes del “Tercer Mundo“ insistieron en otro punto fundamental: querían deshacer el monopolio informativo de las agencias de noticias occidentales, crear instrumentos para forzar réplicas en los medios en caso de necesidad y poner ciertos límites al contenido, como la prohibición de instigar a la guerra. Rómulo, como presidente de la Conferencia, describió los resultados como la “futura Carta Magna“ de la libertad de pensamiento. Pero en realidad los miembros de la Conferencia tenían puntos de vista muy diferentes, y en la ONU se siguieron discutiendo los resultados algunos años sin llegar a buen puerto.
El apogeo en la carrera de Rómulo en las Naciones Unidas llegó con su nombramiento en 1949 como presidente de la cuarta Asamblea General. En los años cincuenta volvió a trabajar de embajador en Estados Unidos. A principios de los sesenta regresó a Filipinas, donde dirigió primero la Universidad de Manila y más adelante el Ministerio de Educación, al frente del cual siguió tras el nombramiento de Ferdinand Marcos como presidente en 1965. Bajo el régimen del dictador, fue ministro de asuntos exteriores entre 1969 y 1983, y tomó parte en la intervención americana en Vietnam. El asesinato en 1983 de Benigno Aquino, el carismático líder de la oposición, indujo a Rómulo a dimitir y a distanciarse de la dictadura durante sus últimos meses de vida. Carlos Rómulo no fue el único que tras la Segunda Guerra Mundial contribuyó a la consolidación de los derechos humanos y que luego actuó de forma muy diferente como político.
Traducción del alemán: Álvaro Martín Martín