Flor Alba Romero: Una Maestra en Derechos Humanos

Ene 26th, 2002 | By | Category: América, Conocer Derechos Humanos, Regiones

por Luzdary Ayala Villamil y Marisol Cano Busquets

Flor Alba Romero: Una Maestra en Derechos Humanos

“No tenemos la paciencia de escuchar al contrario”

Nota de la redacción

El 21 de abril de 2001, la ciudad de Nuremberg recibió el Premio 2000 en Educación en Derechos Humanos de la UNESCO. En la misma ceremonia, la profesora Flor Alba Romero, del Instituto de Estudios Polí­ticos y Relaciones Internacionales (Iepri) de la Universidad Nacional de Colombia, sede de Bogotá, recibió en Nuremberg una Mención Honorí­fica del Premio Unesco 2000 en Educación en Derechos Humanos. Con tal motivo presentamos aquí­ a la homenajeada, amiga y autora de „memoria“ por muchos años. Agradecemos a la Universidad Nacional de Colombia el siguiente artí­culo.

Las imágenes de niños trabajando, de madres adolescentes ofreciéndole pegante para inhalar a sus pequeños hijos, de presos hacinados, de familiares de desaparecidos y de hombres de la calle que a pesar de tener 25 años revelan 50, se agolpan en la mente de la profesora Flor Alba Romero. De cada uno de estos cuadros guarda una historia de la que ella ha formado parte. Su papel ha sido de mediadora, de maestra, de mano amiga en el momento preciso.

Es algo en lo que se ha empeñado desde cuando terminó su bachillerato en el Colegio Mayor de Cundinamarca, uno de los más antiguos de Bogotá. Por entonces decidió irse como maestra voluntaria a Puerto Lleras, pueblo de colonos en el Meta, donde ni siquiera habí­a escuela y el único pago era la alimentación y el hospedaje que le brindaban los habitantes del apartado municipio. Allá, junto con su esposo, permaneció cuatro años alfabetizando a adultos y a menores con las herramientas pedagógicas de Paulo Freire.

De regreso a Bogotá se vinculó a la Universidad Nacional. Ingresó como mecanógrafa a la Facultad de Artes, pero de nuevo asumió su tarea social. En 1976 fue invitada a trabajar con el Comité de Solidaridad con los Presos Polí­ticos, que habí­an fundado Gabriel Garcí­a Márquez, Enrique Santos Calderón y Carmen de Rodrí­guez, entre otros. Ahí­ se desempeñó como voluntaria durante diez años. Conoció crueles situaciones de aislamiento y los atropellos contra estudiantes, profesores y campesinos, en consejos verbales de guerra.

Se propuso ir más allá en su formación profesional y logró un cupo para estudiar antropologí­a en la Universidad Nacional, donde obtuvo después de tantos años el noveno mejor puntaje en el examen de admisión. Luego hizo una especialización en Derechos Humanos en la Escuela Superior de Administración Pública, Esap.

En 1986, el padre Javier Giraldo habí­a organizado la Liga por los Derechos de los Pueblos y la invitó a participar en esa misión. Fueron seis años de actividades que tení­an que ver con el Tribunal Permanente de los Pueblos, el cuestionamiento a crí­menes de lesa humanidad y el análisis de la responsabilidad del Estado en estos asuntos. Allí­, “aprendí­ muchas cosas”, dice.

En 1992, la profesora Marí­a Cristina Salazar la llamó a colaborar en Defensa de los Niños Internacional. Tres años estuvo dedicada al tema de los derechos de la niñez. Paralelo a ello, desde el año 1989 la Universidad le aprobó un curso en Derechos Humanos para estudiantes de antropologí­a. En el segundo semestre, éste se extendió a los estudiantes de Ciencias Humanas, luego a los de toda la Universidad, con un promedio de 240 alumnos cada año aprendiendo sobre normas nacionales e internacionales de protección de derechos humanos, talleres sobre cómo interponer acciones de tutela, el habeas corpus, experiencias con casos reales.

Ha sido justamente ese trabajo incansable de maestra, que la ocupa cada dí­a desde muy temprano y hasta altas horas de la noche, el que una mañana de febrero le dio la grata sorpresa: el director general de la Unesco, Koí¯chiro Matsuura, le comunicó que por recomendación unánime de un jurado internacional decidió otorgarle una Mención Honorí­fica del Premio Unesco 2000 en Educación en Derechos Humanos.

“Es un premio no sólo para mí­ y así­ se lo comuniqué al director de la Unesco. Lo voy a recibir en nombre de tantas mujeres y hombres, pero especialmente mujeres, que han dado su vida a esta difí­cil tarea en un paí­s como el nuestro y se lo dedico especialmente a mis hijos Diana y Mario, a quienes les he robado tiempo para adelantar estas labores, recibiendo su apoyo y cariño incondicional siempre”.

¿Qué tarea en especial cree que motivó el reconocimiento de la Unesco?

Creo que fue un poco de todo lo que hemos hecho. El año pasado asistí­ a un evento en Francia, en nombre de la Universidad, y al público le llamó mucho la atención el trabajo que se desarrolla en el campo de los derechos humanos desde un centro académico, y que tiene impacto en la formación de los estudiantes que luego, desde diferentes disciplinas, prestan

su servicio al paí­s como educadores de calle, madres comunitarias, docentes y lí­deres sociales que trabajan con niños maltratados de barrios marginales, desplazados, reclusos y reclusas, familias de desaparecidos…

¿Existe una estrategia pedagógica para enseñar derechos humanos?

Educar en derechos humanos no es fácil; conviene utilizar metodologí­as participativas y esperanzadoras. Los derechos humanos como categorí­a jurí­dica son herramientas para la acción. Los trabajamos, además, como una propuesta ética de convivencia y tocamos problemas de intolerancia, discriminación, subvaloración, xenofobia. Hacemos mesas redondas, talleres, confrontamos a partir de la diversidad. Muchos estudiantes que hicieron el curso retomaron el tema de derechos humanos en su trabajo de grado. Fruto de esos diez años de labor interdisciplinaria tenemos más de 35 tesis sobre el tema.

En la ciudad también tiene una trayectoria educativa…

Sí­, claro. El año pasado trabajamos en el Plan Canteras, en Ciudad Bolí­var, con 22 estudiantes de la Universidad preparados en derechos humanos, con mil niños, 35 profesores de las escuelas del sector y 100 padres. En los sectores marginados se presentan niveles de agresión muy altos. Encontramos niños ví­ctimas de maltrato social, en su casa y en la escuela. Pensamos que la escuela es un ví­nculo afectivo muy importante que se debe aprovechar para que los niños logren salir adelante. Estamos trabajando con maestros desde 1992, a través de un convenio entre la Universidad y el Centro de Formación de Promotores Juveniles, Cenfor. Con los talleres nos hemos acercado mucho a lo que se propone en la Ley General de Educación y a la idea de la Unesco de humanizar la escuela.

¿Cuál considera que es el grupo poblacional al que más se le violan los derechos humanos en nuestro paí­s?

De pronto la gente que está en la situación más crí­tica son los habitantes de la calle. Ya tenemos una tercera generación nacida en ella y no le ponemos el cuidado que requiere. Las respuestas institucionales no son suficientes. Un habitante de la calle tiene una lógica de vida distinta, su horario de sueño, de comida, todo se trastoca. Con ayuda de estudiantes del Consultorio Jurí­dico trabajamos con ellos y nos dimos cuenta de que era inútil hablarles de derechos humanos cuando todo lo tení­an negado. Es muy duro que haya colombianos que viven peor que los animales, que tienen problemas de salud fí­sica y mental. La vida en la calle es dura, muy dura, sobre todo en climas frí­os como Bogotá. Se trata de personas que tienen una expectativa de vida de 28 años, que son producto de una injusticia social, y al final son colombianos que tienen el derecho de vivir dignamente.

Ahí­ también falta un proceso educativo…

La tarea educativa es muy importante, porque toca lo cultural y nos enfrenta a esquemas mentales etnocentristas; creemos que tenemos la verdad, que el indí­gena es bruto, que el negro es perezoso. No puede ser que seamos tan intolerantes, que descalifiquemos a ciertos grupos poblacionales hasta el punto de pensar que no deberí­an existir. Igual ocurre con los habitantes de la calle, reconociendo que ellos invaden el espacio público, que para subsistir roban, que agreden. No tiene ningún sentido conseguirles el montón de ropa o un albergue, si no hay un proceso educativo que les brinde un compromiso de vida y las herramientas para salir adelante. La abstinencia de droga, por ejemplo, implica un acompañamiento especializado.

¿Qué tipo de respuestas encuentran en estos grupos?

Son pocas. En la calle se evidencian situaciones graves. Por ejemplo, la mujer es minorí­a, es disputa sexual. Hicimos talleres de derechos de la mujer y no hubo uno solo donde no encontráramos a una de ellas muy golpeada. El habitante de la calle tiene cicatrices, moretones, tiene de todo. Pero las mujeres, que son más o menos el 25% de esta población, viven en condiciones más duras porque tienen que procrear, por las enfermedades a las que están expuestas. El machismo allá es muy fuerte. Al igual que en otros espacios también hay expresiones de intolerancia, esa intolerancia que no nos permite entender que hay otras personas que pueden pensar distinto y no por eso deben dejar de existir.

¿Y el trabajo educativo en defensa de los derechos de los niños?

Ese es otro tema y nos enfrenta a una situación muy complicada, como es el caso del desplazamiento. La Universidad, a través del Programa de Iniciativas Universitarias para la Paz y la Convivencia de la División de Extensión, además de propiciar que los estudiantes hagan trabajos de investigación sobre menores desplazados, ha hecho prácticas, como en el caso de Soacha, donde se ha acercado a niños que no viví­an en extrema pobreza, que vienen de otra cultura y llegan a engrosar los cinturones de miseria de la ciudad. Son niños con traumas sicológicos, que han sido testigos de masacres, en las que su mamá o su papá han sido asesinados delante de ellos. Nuestro esfuerzo, además, es darle a los maestros herramientas pedagógicas desde los derechos humanos, derechos de la niñez y estrategias interdisciplinarias que faciliten su trabajo. Nuestro esfuerzo es ver cómo hacer para que en medio de las dificultades, de la crisis familiar, del problema económico y de la guerra, haya escuelas que tengan una propuesta que atraiga a los niños.

¿Recuerda a alguna persona que haya sido para usted modelo en defensa de derechos humanos?

Hay varias, mucha gente amiga. Pero la muerte de una de ellas me dolió especialmente: la de Jesús Everardo Puerta. í‰l hací­a parte del Comité de Solidaridad con los Presos Polí­ticos, fue asesinado en enero hace dos años, viniendo de Medellí­n a Bogotá. Era un minero de Amagá, validó su bachillerato, aprendió a asesorar a lí­deres sociales y sindicales, para exigir sus derechos; era auténtico, muy comprometido, además de ser excelente padre y esposo.

Después de haber dedicado tantos años a estos temas, ¿por qué cree que en Colombia todaví­a se mata tan fácil? ¿Por qué tantas situacioes hay que solucionarlas a la brava?

Pienso que son varias las causas para que tengamos estos niveles de violencia. Primero, los conflictos sociales no se han resuelto integralmente, eso es histórico, hay asuntos pendientes. Segundo, creo que el narcotráfico nos hizo mucho daño. Los ejércitos privados llevaron a que mucha gente se armara y no existe cosa más peligrosa que una persona sin criterio con un arma. Y tercero, culturalmente no tenemos la paciencia de escuchar al contrario y de saber vivir en la diversidad.

¿Cómo ve el rumbo del conflicto armado en nuestro paí­s?

El conflicto está causando muchas ví­ctimas. La Cruz Roja Internacional dice que de cada diez ví­ctimas, nueve son población civil. Eso preocupa mucho. Pienso que hay que apoyar el acercamiento para el diálogo y que los actores armados se comprometan sinceramente a alcanzar logros. Los gestos de paz deben ser más concretos y lo que esperamos es seriedad tanto del gobierno como de la guerrilla. Este conflicto se ha degradado, los actores terminan pareciéndose mucho. Es una lógica armada donde no vale el poder de la palabra. En nuestros talleres hemos tenido niños combatientes cuyos únicos referentes son la agresión y la violencia. Para que ellos se recuperen sicosocialmente se requiere mucha dedicación y muchos años. Ahí­ es donde los educadores no podemos desfallecer.

¿Piensa que la ingerencia de otros paí­ses sobre nuestro conflicto ayuda a encontrar salidas?

Sí­, pues compromete a los actores armados. Me parece que aquí­ los mojones se perdieron hace tiempo, ha habido una barbarie. Una cosa es matar a una persona de un tiro y otra picarla en pedazos con una motosierra o, en el caso de las mujeres, abrirles el vientre, cortarles los senos. El texto de Marí­a Victoria Uribe, Matar, rematar y contramatar, nos dice mucho sobre el tema. Son asuntos que tienen que ver con la salud mental y con un acumulado de violencia, de agresión y de resentimiento que no se ha procesado. Por eso se van heredando odios, intolerancia, incomprensión, y con todos los componentes del problema económico, del problema social, del narcotráfico, el Plan Colombia… esto es una olla a presión.

Si tuviera que darle un discurso a los violadores de derechos humanos en este paí­s ¿qué mensaje les transmitirí­a?

Un principio elemental es que hay que respetar la dignidad de la persona sin importar quién sea. No podemos hablar de derechos sólo para unos. Les dirí­a que hace falta volver a cada uno de nosotros. No podemos dar lo que no tenemos. La violencia intrafamiliar es un motorcito que se repite y hace que se multipliquen las agresiones en el macroespacio de la sociedad. Por eso creo tanto en la educación. Las personas que han llegado a ese nivel no tienen otros referentes ni conocen una vida distinta a la agresión, ahí­ es donde creo que la pedagogí­a en derechos humanos es fundamental para la convivencia pací­fica, no pasiva, porque se puede exigir, pero con reglas mí­nimas de respeto.

Una llamada interrumpe el diálogo, que podrí­a durar un dí­a entero, por las historias sin contar que tiene Flor Alba en su memoria y en un archivo sistematizado. Se trata de historias que, para vivirlas, la profesora alterna con la otra actividad que más le gusta y que funciona como una terapia excelente: la música. A ésta le dedica los fines de semana y algunas noches en las que, como soprano, acompaña al Coro Interaulas Cántica de la Universidad. “En diciembre tuvimos muchas presentaciones, cantamos villancicos, fuimos a los hospitales, con un mensaje de alegrí­a y acompañamiento a los niños y niñas enfermos. Para poder rendir en un ámbito como éste hay que descansar; la salud mental tiene que estar muy bien”.?

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