El caso de la chilena Gladys Dí­az – Examen del expediente sobre la liberación de una detenida

Ago 1st, 2008 | By | Category: América, Regiones

por Dieter Maier, julio de 2008

El MIR chileno fue una organización de la nueva izquierda latinoamericana guiada por el ejemplo de Cuba, que realizó algunas acciones directas siguiendo el modelo de la guerrilla urbana durante los años sesenta. No obstante, como resultado de la discusión sobre la derrota de otros grupos guerrilleros de América Latina, apoyó en forma crí­tica al gobierno popular instaurado después de la victoria electoral del socialista Salvador Allende. El MIR tení­a su base en las universidades, poblaciones y en sectores de campesinos, desde donde organizó las ocupaciones de latifundios. Con posterioridad al golpe de 1973 preconizó la lucha armada, aún sin contar con los recursos para llevarla a cabo. El servicio de inteligencia DINA logró desarticular al MIR recurriendo a la tortura sistemática de los militantes detenidos. El MIR nunca tuvo más de 1.000 militantes, pero sí­ una cantidad considerablemente mayor de simpatizantes en sus organizaciones de frente de masas.

La periodista de radio y televisión, Gladys Dí­az, nacida el 10 de julio de 1936, era una de las más conocidas personalidades del MIR. Después del golpe pasó a la clandestinidad y fue detenida el 20 de febrero de 1975 en Santiago, siendo torturada en un centro de detención secreto de la DINA. En esta primera fase de la detención, llamada “incomunicación“, los detenidos podí­an “desaparecer“ en cualquier momento sin dejar rastro, porque las autoridades negaban tenerlos en su poder. Esta fase duraba el tiempo necesario para que los agentes de la DINA pudieran arrancarle información útil a los prisioneros, lo que podí­a variar desde un par de dí­as hasta algunas semanas, pues después de este tiempo sus contactos en la clandestinidad eran advertidos y suspendí­an los encuentros secretos. Gladys Dí­az estuvo incomunicada durante 80 dí­as en el centro de torturas de Villa Grimaldi en Santiago.

El grupo Chile de Amnistí­a Internacional en Francfort del Meno (RFA1)(1) y otros grupos de solidaridad denunciaron la situación que viví­a Gladys Dí­az. Uno de los recursos para detener la tortura y detención de un prisionero era conseguirle un puesto de trabajo en Alemania, lo que además era la condición para incorporar a esa persona en la iniciativa de acogida de los prisioneros polí­ticos chilenos en la RFA. Gracias a la intermediación de Amnistí­a Internacional, Gladys Dí­az recibió una oferta de trabajo de la “Fundación Cogestión“ (Stiftung Mitbestimmung) de la Confederación de Sindicatos alemanes (DGB), que posteriormente serí­a la Fundación Hans-Böckler.

Revisión antiterrorista

La embajada alemana en Santiago, a la cual se habí­a enviado la oferta de trabajo, “estuvo facultada hasta marzo de 1976 para rechazar, sin consulta al gobierno alemán, las solicitudes de los miristas que buscaban ser incorporados en la iniciativa de acogida“, hecho que era totalmente desconocido para los grupos de solidaridad con Chile. La embajada rechazaba desde un principio a los militantes del MIR. Al parecer, la embajada se refiere a esta selección previa cuando responde a Gladys Dí­az: “por razones de seguridad“ no existe “por el momento ninguna posibilidad de acogida en la República Federal de Alemania“. En la misma carta añade: la Fundación Cogestión, que habí­a ofrecido un puesto de trabajo a Gladys Dí­az para facilitar su acogida, deberí­a “pedir información lo más detallada posible sobre el pasado de sus protegidos“ a Amnistí­a Internacional (que impulsaba la iniciativa de acogida de la RFA para los prisioneros polí­ticos chilenos junto a la Diakonischen Werk) y ofrecerle trabajo sólo a aquéllos que no representen un riesgo de seguridad. La embajada cataloga al MIR como una organización terrorista con más de 8.000 militantes durante el gobierno de Allende (carta de la embajada alemana al Ministerio de Relaciones Exteriores alemán del 14.5.1975, ZA (2)2 108.031).

En cambio, el Ministerio del Interior de la RFA estaba dispuesto a incluir en la iniciativa de acogida a los miristas detenidos y amenazados con la tortura y el asesinato y asumió la revisión de la seguridad. Hubo reuniones con el Ministro de Estado Hans-Jürgen Wischnewski y con el subsecretario adjunto Jürgen Schmude. Amnistí­a Internacional también abogó por Gladys Dí­az ante el Ministerio del Interior. El Departamento 3 del Ministerio de Relaciones Exteriores apoyó los reparos de la embajada y una decisión en favor de la práctica anterior de no admitir el ingreso de miristas en la RFA. El resultado de las negociaciones fue que se realizarí­a una revisión caso a caso y que los miristas, a quienes se les otorgara el asilo, debí­an firmar una declaración y contar con una especie de garante en la RFA.

Johannes von Marré, consejero de legación en la Cancillerí­a, revisaba durante los fines de semana “decenas de expedientes recopilando información sobre el MIR para Wischnewski, quien es repetidamente atacado por rechazar a los miristas (entre otros a Gladys Dí­az)“ (carta de la Cancillerí­a a la Embajada alemana del 8.9.1975, ZA 100.786)
El 27 de abril de 1976, cuando el Ministro del Interior decidió autorizar el ingreso de Gladys Dí­az, la embajada “recibió la noticia con sorpresa“ y manifestó su temor de que se propagara el terrorismo internacional en la RFA (carta de la Embajada alemana a la Cancillerí­a, del 31.5.1976, ZA 108.031). La extrañeza era recí­proca, como lo sabe el autor por haber participado en ese entonces en las negociaciones con el Ministerio del Interior alemán. El Subsecretario adjunto Schmude consideraba que la designación del embajador alemán en Santiago, Erich Strätling, habí­a sido una mala elección.La DINA hací­a “desaparecer“ a sus detenidos sacándolos de sus centros de detención secretos y entregándolos a un comando de exterminio. Gladys Dí­az fue sacada cinco veces desde el centro de detención en que se encontraba y, cada vez que eso sucedí­a, parecí­a que fuera a ser “desaparecida“. En esas ocasiones era trasladada durante horas o dí­as a un lugar desconocido, donde no sucedí­a nada, y luego era devuelta al centro original. En una de esas situaciones es posible reconstruir lo ocurrido: un miembro del grupo Chile de Amnistí­a Internacional llamó a la embajada de Chile en Bonn y preguntó por la situación de Gladys Dí­az. La respuesta fue que ella no estaba detenida. Amnistí­a Internacional inició inmediatamente una acción de enví­o de telegramas. En la DINA deben haber pensado que ciertos poderes supremos se habí­an conjurado en su contra y los agentes decidieron dar pie atrás y la devolvieron al centro original. Gladys Dí­az se transformó en un caso emblemático. Una vez que ambos Estados comenzaron a negociar su liberación y la dictadura ya no la podí­a torturar, fue puesta en una celda junto a Luis Corvalán, el detenido más prominente del Partido Comunista, por cuya liberación también cursaba una campaña internacional.

Entre los “peticionarios“ que abogaron por la liberación de Gladys Dí­as frente al Ministerio de Relaciones Exteriores alemán se contaban el escritor Gerhard Zwerenz y su esposa Ingrid, la periodista berlinesa Vera Gasenow, los académicos Elmar Altvater, Klaus Knothe y Peter von Oertzen y la asociación de la iglesia protestante alemana Diakonische Werk.
Al igual que otros militantes detenidos del MIR, Gladys Dí­az debió firmar una declaración en la que se comprometí­a “a abstenerse de realizar cualquier actividad polí­tica en la RFA que pudiera atentar contra el orden y la seguridad públicos o la formación de voluntad polí­tica u otros intereses importantes“ de la RFA. Un pastor evangélico de Hamburgo actuó como garante. Sólo entonces fue trasladada desde la prisión hacia el aeropuerto, para volar desde allí­ a Hamburgo acompañada de su pequeño hijo.

Como pude constatarlo en una conversación con ella, no tení­a prácticamente ningún conocimiento acerca de la RAF (Rote Armee Fraktion – Fracción Ejército Rojo3) (3) y se mantuvo alejada de las presentaciones públicas y actividades polí­ticas que pudieran afectar la polí­tica alemana. Para los miristas exiliados en Alemania eran tabú los contactos con la RAF. Gladys Dí­az permaneció poco tiempo en la RFA, viajó a Nicaragua y volvió a Chile tan pronto como le fue posible hacerlo. En la actualidad está finalizando estudios de sicologí­a y sigue empeñada en la posibilidad de construir una sociedad mejor y más justa, sí­n militancia politica.

El embajador antiterrorista

La embajada alemana no aflojó su postura ni siquiera cuando Gladys Dí­az ya estaba en Alemania. El 5 de julio de 1977 informó al Ministerio de Relaciones Exteriores que el MIR planificaba “actos terroristas, sabotaje y acciones guerrilleras“ y, reduciendo las cifras aportadas anteriormente por ella misma, agrega que “en 1971 tení­a cerca de 6.000 militantes“. “Hay una alta probabilidad de que hayan existido o existan aún conexiones con los cí­rculos terroristas alemanes“, con lo que aludí­a a la supuesta participación de una chilena en el plan de secuestrar a un polí­tico sueco para exigir la liberación de los prisioneros de la RAF. La embajada alemana en Santiago consideraba que si se autorizaba a los miristas a ingresar a la RFA eso era un peligro para la embajada y los consulados chilenos en Alemania. No sólo los violentistas detenidos eran una amenaza, sino también las “Organizaciones y propagandistas“ del MIR. Por ello, recomendó “poner especial atención“ en tres miristas que viví­an en Alemania, lo que sólo se puede interpretar como un llamado a vigilarlos: Gladys Dí­az, Carlos Liberona y Roberto Moreno (Min. Relac. Ext. ZA 108.017). Se agrega que Gladys Dí­az “no es una simpatizante“, sino la redactora en jefe de una estación de radio del MIR. ¿Por qué, en lugar de ella, no se autoriza el ingreso de aquellos “chilenos que no han sido clasificados como extremistas“, de adeptos al gobierno popular de Allende? Además, interceder por “prominentes extremistas de izquierda“ daña la reputación de la RFA y de su “polí­tica moderada y equilibrada“; según la embajada, para realizar gestiones humanitarias “se necesita tener buenos contactos con los cí­rculos gubernamentales chilenos“, lo que se ve amenazado por la decisión del gobierno alemán. La carta de cinco carillas contiene muchos detalles sobre el MIR y formulaciones tí­picas de la DINA, que no pueden atribuirse a fuentes internas de la embajada.

El embajador Strätling, anterior embajador en Sudáfrica, se alinea en la derecha polí­tica y simpatiza más con la dictadura de Pinochet que con la polí­tica del gobierno alemán. En 1977, cuando Amnistí­a Internacional presentó por primera vez las pruebas de asesinatos y torturas en Colonia Dignidad, Strätling las refutó, sin conocer esa documentación y basándose en los argumentos que le habí­a proporcionado la propia colonia. Según lo informado por ex colonos, los maestros de la colonia realizaron trabajos de renovación en la residencia del embajador y aprovecharon la oportunidad para instalar algunos micrófonos ocultos. Por la noche, Strätling ofrecí­a bebidas alcohólicas a los maestros, que ellos rechazaban, pero a las cuales el embajador era muy aficionado. Colonia Dignidad y la DINA, aliada con ella, deben haber estado muy bien informados sobre los asuntos internos de la embajada. El Servicio de Inteligencia Exterior de la RFA recurrí­a a Colonia Dignidad para recibir información sobre los detenidos chilenos que solicitaban asilo en la RFA. El trabajo de solidaridad, sin tener cómo saberlo, habí­a tocado una relación secreta y muy precaria.

Razón de Estado o Derechos Humanos

El conflicto sobre el asilo de Gladys Dí­az y otros miristas se fue transformando en una lucha de poderes. El régimen militar chileno se habí­a propuesto no liberar a los detenidos miristas más renombrados. La DINA, el servicio de inteligencia personal de Pinochet, cuya misión represiva era desmantelar al MIR, tení­a un conflicto permanente con los servicios de inteligencia de la Fuerza Aérea y de la Armada; la lucha de poderes entre el general del Ejército, Pinochet, y el representante de la aviación en la Junta, Gustavo Leigh, se fue agudizando para terminar, poco tiempo después, con la separación de Leigh de la Junta. El servicio de inteligencia de Pinochet, la DINA, y el servicio de inteligencia de Leigh, la SIFA, zanjaban con las armas esta lucha de poderes en representación de sus mandos, incluso enfrentándose fí­sicamente. Uno de los puntos de discordia era si los prisioneros polí­ticos debí­an ser puestos a disposición de los tribunales militares, para ser condenados o liberados por ellos (SIFA), o ser liquidados en secreto (DINA).

Varios paí­ses habí­an intercedido por Gladys Dí­az, entre ellos también Austria, que tení­a poco peso en los cálculos de la polí­tica exterior chilena. La campaña internacional por su liberación fue intensa y se prolongó desde su detención hasta su expatriación. En la RFA se formó un campo de fuerzas entre el Ministerio del Interior, el Servicio de Inteligencia Interior (Bundesamt für Verfassungsschutz), que se oponí­a a la acogida, y el Ministerio de Relaciones Exteriores, por un lado, y los grupos de solidaridad, con gran participación de las agrupaciones feministas, por el otro. El Ministerio de Relaciones Exteriores representaba la posición de que Gladys Dí­az militaba en una organización catalogada en forma general como terrorista; en tanto, los grupos y organizaciones de solidaridad intercedí­an por ella como una prisionera indefensa y bajo permanente amenaza.

La intransigencia de la dictadura de Pinochet y la tenacidad del movimiento de solidaridad internacional, que influí­a profundamente en las instituciones, nunca se confrontaron tan duramente como en el caso de Gladys Dí­az. La dictadura enfrentaba el siguiente dilema: si la liberaba mostraba debilidad, si la mantení­a detenida por largo tiempo se fortalecerí­a la campaña contra las violaciones a los derechos humanos y, si la asesinaban, sufrirí­an un aislamiento aún mayor. Finalmente, en esta guerra entre las ametralladoras y las máquinas de escribir, la dictadura debió anotarse una derrota. Treinta años después, cuando el Ministerio de Relaciones Exteriores alemán desclasificó el expediente sobre Gladys Dí­az, es posible valorar con mayor precisión el trabajo de solidaridad desarrollado en ese entonces: aquellas acciones que parecí­an no tener sentido ni apoyo, todas las peticiones, cartas y llamadas, pudieron finalmente quebrarle la mano a la dictadura.

Los citados documentos del Ministerio de Relaciones Exteriores alemán se encuentran en el archivo polí­tico que mantiene el mencionado ministerio, ZA 108.031 y 100.786. El expediente sobre Gladys Dí­az de Amnistí­a Internacional fue incinerado en una fecha desconocida en los hornos de una carpinterí­a, a pesar de que no contení­a ningún tipo de información explosiva.

Traducción: Mariella Albrecht
mariellaa(at)entelchile.net

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Notas:

1 RFA: República Federal de Alemania
2.Zwischenarchiv: archivo provisional
3.Grupo terrorista de extrema izquierda de la República Federal de Alemania.

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