Eleanor Roosevelt (1884 – 1962) EE.UU.

Dic 29th, 2008 | By | Category: Biografías

por Rainer Huhle

 

Una imagen vale más que mil palabras. Esta fotografí­a, que muestra a Eleanor Roosevelt con un cartel de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sin duda ha pasado a la historia como una de las fotografí­as más divulgadas del siglo XX. ¿Pero qué historia cuenta? Para la mayorí­a es la historia de la “madre de la Declaración Universal“, que muestra orgullosa su recién nacido. ¿Y qué tiene de verdadera esta historia?

Tratemos primero la historia de la propia foto. Se sabe realmente poco al respecto, más allá de que fuera tomada en noviembre de 1949 “”casi un año después de la aprobación de la Declaración Universal“” en Lake Success (Nueva York), donde por entonces estaba la sede de Naciones Unidas. Eleanor Roosevelt muestra un cartel nuevo de la Declaración, que habí­a sido impreso en inglés, español y francés. En realidad existen dos fotografí­as prácticamente idénticas, una con el texto en inglés y otra con el texto en español. Esta foto, que vinculó  fuertemente la persona de Eleanor Roosevelt con la Declaración Universal, ha tenido tanta repercusión que se puede encontrar en miles de folletos y páginas web.

¿Qué papel desempeñó realmente Eleanor Roosevelt en la creación de la Declaración? A principios de 1947, en la primera sesión de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, fue elegida por unanimidad presidenta de la misma. El resultado de la elección parecí­a obvio, puesto que Eleanor gozaba de gran reputación en todo el mundo por ser la viuda del presidente Franklin D. Roosevelt, además de ser una prestigiosa periodista. Desde 1941 Estados Unidos, y especialmente el presidente Roosevelt, habí­a trasladado la idea de los derechos humanos a los debates sobre la organización de un nuevo orden mundial tras la Segunda Guerra Mundial. Eleanor no habí­a desempeñado ninguna función diplomática en el gobierno de su marido, pero su papel como precursora periodí­stica del movimiento por los derechos civiles americano, que a veces iba contra la voluntad de su marido, le habí­a dado una gran credibilidad como defensora de la América progresista.

Precisamente por eso, al principio no tení­a la confianza del nuevo gobierno de Truman. Pero pronto se comprobó que Eleanor Roosevelt también tení­a una gran habilidad diplomática. Como presidenta de la nueva Comisión de Derechos Humanos, cuyas tareas todaví­a no estaban claramente definidas, tuvo que reunir un grupo muy heterogéneo de personalidades de todos los continentes para trabajar conjuntamente. Como atestiguaban muchos miembros de la Comisión, lo hizo con una gran entrega y destreza. Siempre que habí­a enfrentamientos hablaba por separado con las diferentes partes y conseguí­a que llegaran a un acuerdo. Muchos contemporáneos consideran con razón que ahí­ está precisamente su gran contribución, y no tanto en la formulación de los derechos humanos.

Por entonces estaba sujeta a las polí­ticas del Departamento de Estado americano, que lenta pero constantemente se alejaban de los ideales proclamados por el presidente Roosevelt durante la guerra. Franklin D. Roosevelt habí­a considerado los derechos económicos y sociales, su conocido “Freedom from Want“ (vivir libre de miseria), parte fundamental de su polí­tica. Sin embargo, la proclamación de esos derechos en la Declaración Universal “”por primera vez en una declaración“” no se debe precisamente a Estados Unidos. Al contrario, la delegación americana se negó a atribuir obligatoriedad alguna a esos derechos. En su discurso ante la Asamblea General durante el debate final sobre la Declaración, Eleanor Roosevelt insistió: “Durante la elaboración de la Declaración mi gobierno ha dejado claro que, a su parecer, los derechos económicos, sociales y culturales establecidos en esta declaración no conllevan para los gobiernos ninguna obligación de asegurar su disfrute mediante medidas directas“.

Eleanor Roosevelt intentó  convencer a los miembros de la Comisión de que su trabajo se debí­a limitar en un primer momento a elaborar una declaración sobre derechos humanos. Pero la tarea de la Comisión era mucho más amplia: debí­a proporcionar a los derechos humanos una base vinculante a nivel internacional y diseñar mecanismos para su imposición. La delegación americana coincidí­a con los delegados del bloque comunista, con quienes Eleanor Roosevelt se habí­a enfrentado con frecuencia en otros asuntos, en rechazar unas posibilidades tan amplias de intervención en asuntos internos. El dí­a en que fue aprobada la Declaración, Roosevelt consideró oportuno remarcar con claridad el triunfo diplomático sobre los deseos de los Estados más pequeños: “Hoy que aprobamos la Declaración es muy importante tener claro el carácter de este documento: no es ni un tratado ni un acuerdo internacional. No es ningún documento jurí­dico ni lo será, y no conlleva ninguna obligación. Es una declaración sobre los principios de los derechos y las libertades humanas, [“¦] un ideal común al que han de llegar todos los pueblos y naciones“.

Desde los años treinta Eleanor Roosevelt estuvo muy vinculada al movimiento por los derechos civiles de las personas de color. Su marido favoreció el reconocimiento social de las personas de color, pero evitó cuidadosamente enfrentarse a la corriente racista, principalmente en los estados del Sur. Sin embargo, ella apoyó públicamente el movimiento por los derechos civiles. En numerosos artí­culos afirmó que el racismo, cada vez más extendido, era incompatible con los ideales americanos, cosa que le comportó muchas dificultades. Durante la Segunda Guerra Mundial el movimiento por los derechos civiles ganó fuerza, y el racismo minó la credibilidad de Estados Unidos como lí­der de la lucha contra el racismo de los nazis. La posición de Eleanor Roosevelt fue siempre más clara, y tras la muerte de su marido, al no tener que preocuparse por su papel de primera dama, incluso presidió la NAACP “”distinguida organización por los derechos civiles de las personas de color“” y participó en diferentes actos polí­ticos y jurí­dicos contra la segregación racial.

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Eleanor Roosevelt con el defensor de los derechos civiles y lí­der sindical A. Philip Randolph

Por ese trasfondo, el movimiento por los derechos civiles americano y la opinión mundial consideraban a Eleanor la persona ideal para conferir credibilidad a la polí­tica americana sobre derechos humanos en la ONU. Pero las grandes expectativas que habí­a puestas en ella no siempre se hicieron realidad. Con la fundación de la ONU y sobre todo con la creación de la Comisión de Derechos Humanos, para muchos defensores de los derechos civiles habí­a llegado el momento de llevar la lucha contra la discriminación racial a la escena internacional. El lí­der intelectual de la NAACP, W.E.B. Du Bois, presentó en 1947 un memorándum sobre la “negación de los derechos civiles a las minorí­as de color en Estados Unidos“ como “llamamiento de auxilio a las Naciones Unidas“ en el que exponí­a todos los aspectos de la discriminación.

Eleanor Roosevelt también pensaba “”al menos durante un tiempo“” que habí­a que tratar el tema a nivel internacional, sobre todo aprovechando el interés de la opinión mundial. Pero al llegar la Guerra Frí­a se negó a introducirlo en la agenda de la ONU. El Departamento de Estado querí­a evitar a toda costa que la Unión Soviética pudiera debatir en la ONU sobre los “problemas internos“ de Estados Unidos. Eleanor Roosevelt compartí­a esa idea y consiguió evitar que se tratara el tema oficialmente en las Naciones Unidas. Los que defendí­an un debate a nivel internacional fueron tachados de cómplices de los comunistas, pero paralelamente Eleanor Roosevelt y el gobierno de Truman entendí­an que a la larga habí­a que enfrentarse a la discriminación legal y polí­tica en Estados Unidos para no perder todo el prestigio ganado en el Tercer Mundo durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, a nivel internacional Eleanor Roosevelt antepuso inequí­vocamente la razón de Estado americana a la defensa de los derechos humanos.

Su relación con el movimiento feminista también fue ambigua. Por un lado, era la mujer más importante y reputada de la vida pública americana, y una reconocida periodista y activista. De ahí­ que considerara natural que las mujeres deban tener los mismos derechos que los hombres. Tal vez sea ese el motivo por el que no tení­a mucha fe en las reivindicaciones feministas. Para ella los derechos de las mujeres eran más bien una parte de la lucha por la justicia universal y contra la discriminación. Apenas participó en actos feministas y tampoco se interesó demasiado por la neutralidad del género lingüí­stico en la Declaración Universal. No fue Eleanor Roosevelt, sino otras mujeres de paí­ses pequeños las que lograron que hoy hablemos de “derechos humanos“ y no de “derechos del hombre“. No obstante, su último cargo público fue la presidencia de la Presidential Commission on the Status of Women, creada por J.F. Kennedy.

Eleanor Roosevelt estaba profundamente comprometida con los derechos humanos y especialmente con la Declaración Universal, a pesar de las muchas concesiones que tení­a que hacer a la polí­tica. Con Truman de presidente habí­a visto suficiente voluntad polí­tica de mejorar la situación de los derechos humanos y universalizarlos. Pero cuando los republicanos radicales “”con Eisenhower de presidente y Dulles de Secretario de Estado desde 1953“” definieron finalmente su polí­tica exterior, Eleanor Roosevelt dimitió de su cargo. En los años posteriores se dedicó a viajar por diferentes paí­ses del mundo, ya no bajo las órdenes del Departamento de Estado, sino como “mejor embajadora de América“, representante de otra América, que ella consideraba la verdadera. Incluso después de abandonar sus funciones gubernamentales, seguí­a convencida de que no se podí­a confiar en los comunistas ni trabajar con ellos. Sin embargo, siempre fue leal a sus principios liberales, incluso durante la “caza de brujas“ del senador McCarthy. Mientras otros se distanciaban de sus amigos “sospechosos“, ella solí­a respaldar a los suyos abierta y ostensivamente.

Durante sus últimos años de vida, con más de setenta años, Eleanor Roosevelt volvió a centrar todas sus fuerzas en la lucha por los derechos civiles de las personas de color. Visto el fracaso de la polí­tica oficial, no dudó en solidarizarse con los actos de desobediencia civil que pusieron en marcha a los estados del Sur en 1960 y que finalmente llevaron a la supresión de la segregación racial. Una y otra vez reclamaba públicamente la protección de los activistas de los derechos civiles y participaba en comisiones de investigación sobre fuerza policial y jueces corruptos. Sus crí­ticas a la pasividad de los polí­ticos se endurecieron cada vez. “Así­ es como trataban los nazis con los judí­os“, lamentaba poco antes de morir. Invitó a Martin Luther King al programa de televisión que todaví­a dirigí­a, pero antes de que tuviera lugar, Eleanor sucumbió a la enfermedad que padecí­a desde hací­a tiempo. En su libro póstumo Tomorrow is Now escribió: “Quedarse al margen no es ninguna solución, sino simple cobardí­a“.

Traducción del alemán: Álvaro Martí­n Martí­n

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