por Rainer Huhle
René Cassin fue un jurista que, además de hacer una carrera universitaria, mantuvo un compromiso social y político durante toda su vida. Su participación en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que le hizo conocido mundialmente y por la cual fue galardonado en 1968 con el Premio Nobel, fue sólo una etapa más en su larga vida de activista. Es difícil determinar el número exacto de cargos que ejerció en el servicio público, en organizaciones internacionales y en ONG, y nombrarlos todos excedería el objetivo de esta pequeña biografía. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, el joven Cassin ya se había doctorado en Derecho y Ciencias Políticas. Su vida militar acabó en octubre de 1914, cuando fue herido de gravedad y tuvo que abandonar el frente. Durante el conflicto prestó su ayuda a las víctimas de la guerra, y a principios de 1918 fue uno de los fundadores de la Unión Federal de Antiguos Combatientes y Víctimas de Guerra (Union Fédérale), de la que fue elegido presidente en 1922.
Su compromiso personal con las víctimas de la guerra pronto le vinculó a los movimientos por la paz y por el entendimiento internacional. En 1921 organizó un encuentro entre veteranos de guerra franceses y alemanes, y cuatro años después, una conferencia internacional de heridos de guerra con participantes de ambos bandos. Desde 1924 intervino en la Sociedad de Naciones y persuadió a la Union Fédérale para que la apoyara. Cassin no era pacifista pero estaba convencido de la necesidad de evitar nuevas guerras mediante la creación de organizaciones internacionales.
Al mismo tiempo era un ferviente patriota. Justificó ante los veteranos franceses su compromiso internacional con la frase “Francia no es una nación como las demás“, tomando como prueba de ese carácter especial la incorporación de jóvenes de 26 países al ejército francés al inicio de la guerra. “Encarnamos un ideal de libertad, de independencia y de humanitarismo“, declaró Cassin a continuación, motivo por el cual los miembros de la Union Fédérale eran los “representantes de la moral francesa en el mundo“. Cassin estuvo convencido toda su vida de esa misión cultural e ideológica que debía cumplir su país.
Cassin también supo conciliar su patriotismo con su origen judío. Se crió en Bayona en una familia judía de ideología liberal con raíces germano-alsacianas, españolas e italianas. Tenía diez años cuando el “caso Dreyfus“ reveló la existencia de un fuerte antisemitismo en Francia y propició la fundación de la Ligue des droits de l‘Homme. En el país galo, donde la revolución había otorgado plenos derechos civiles a los judíos, la mayoría de ellos no se refugió en sus raíces religiosas, sino más bien en los principios de libertad, igualdad y fraternidad. También fue así en el caso de Cassin, que posteriormente tendría un papel destacado en la Ligue des droits de l‘Homme.
En los años treinta, un viaje a Palestina motivó su compromiso con los derechos de los judíos y el fomento de su cultura. Se adhirió a la Alliance Israélite Universelle, una organización que desde mediados del siglo XIX se dedicaba a construir y ampliar escuelas y otras instituciones culturales en las comunidades judías que había dispersas por el norte de África y Oriente Medio desde su expulsión de España. Cassin percibió en seguida la gran amenaza que suponía para los judíos europeos la ascensión de Hitler al poder. Veintiocho familiares suyos fueron víctimas del holocausto. Sin embargo, para él el holocausto era parte de un proyecto más amplio: “El objetivo principal de Hitler era el exterminio de los judíos, pero eso también era parte de un ataque a todo lo que representaba la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad. En el fondo, el racismo de Hitler era un intento de eliminar los principios de la Revolución Francesa“. Tras los Juicios de Núremberg, Cassin declaró que los judíos “se solidarizaban con las demás víctimas“ y con cualquiera que hubiera opuesto resistencia a los nazis, independientemente de su nacionalidad.
La voluntad de Cassin de conseguir la reconciliación y el entendimiento internacional llegó a su fin ante la Alemania nazi: desaprobó tajantemente los Acuerdos de Múnich y se retiró de la Sociedad de Naciones “”en la que tenía puestas grandes esperanzas“” porque era “una gran máquina sin motor“. “El servilismo no trae la paz, sino que conduce a la guerra“, escribió.
Cuando Hitler invadió Francia y la dividió entre el estado satélite de Vichy y una zona de ocupación alemana, Cassin, como hombre de Estado más eminente, se unió al exilio en Londres del general De Gaulle. Allí estableció las bases de la futura Cuarta República: una constitución republicana que garantizaba los derechos humanos, y la protección jurídica ante el gobierno ilegítimo de Vichy y sus medidas ilegales, entre ellas, la expatriación de los judíos. Durante la guerra confluyeron los elementos básicos del pensamiento y de la actividad política de Cassin: un patriotismo ferviente “”aunque con una orientación internacional“”, la lucha contra el antisemitismo y la persecución judía, el compromiso con los principios jurídico-estatales y el respeto de los derechos humanos. Por otro lado estaba su vocación por la educación y la formación, que alimentó trabajando en la Universidad y en la Alliance Israélite Universelle, aunque también como representante de la Francia Libre durante la Segunda Guerra Mundial en la Conferencia de Ministros Aliados de Educación. Esta conferencia fue uno de los núcleos de la UNESCO, en cuya fundación Cassin también participó.
Cassin también representó al gobierno francés en el exilio en la War Crimes Commission “”fundada en 1943 por los países aliados“”, que documentaba metódicamente los crímenes del régimen nazi para más adelante poder llevar a los responsables ante los tribunales. En 1944 aprovechó su cargo de mandatario de justicia del gobierno provisional de De Gaulle para dotar a la jurisdicción militar francesa de competencia judicial sobre los crímenes nazis, no sólo en territorio francés sino en todos los países. Ésa fue probablemente la primera vez en la historia que se postuló el principio de justicia universal para las violaciones de derechos humanos. Pero en los Juicios de Núremberg, que para él también fueron un triunfo del derecho frente a la violencia, Cassin observó que el concepto de los derechos humanos era claramente insuficiente. Pocos meses después de la sentencia criticó que el tribunal no se hubiera atrevido a aplicar el cargo de “crímenes contra la humanidad“. Según él, el crimen de la persecución de los judíos debería ser concebido como crimen absoluto, al margen de cualquier guerra.
Cassin retomó todo esto cuando, al finalizar el conflicto, fue enviado a la nueva Comisión de Derechos Humanos de la ONU en representación de Francia. Como presidente del Consejo de Estado (Conseil d‘État), que entre otras cosas ejercía las funciones de un tribunal constitucional, ostentaba uno de los cargos públicos más importantes. Pero Cassin vio en la ONU “”a cuya conferencia de inauguración no pudo asistir por sus obligaciones con Francia“” la oportunidad de hacer realidad lo que la Sociedad de Naciones no había conseguido: establecer un nuevo sistema de paz sobre la base de los derechos humanos garantizados. Volcó todas sus energías sobre su nueva tarea y pronto se convirtió en uno de los líderes de la Comisión de Derechos Humanos. En Francia es considerado el verdadero “padre de la Declaración de Derechos Humanos“, un reconocimiento que no le corresponde ni a él ni a nadie, porque fue un trabajo colectivo.
Pero Cassin no sólo aportó ideas fundamentales para la Declaración Universal, sino que tuvo una participación importante en su redacción. También figura entre los delegados que fijaron los derechos económicos y sociales en la Declaración frente a la oposición de Gran Bretaña y Estados Unidos. El derecho a la educación seguía siendo para él un objetivo prioritario. Insistió en que la educación tenía que servir a determinados valores de la sociedad, idea que se refleja en el segundo párrafo del artículo 26 de la Declaración: “La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos, y promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz”.
Cassin tenía ideas parecidas sobre el derecho a la libertad de expresión. En su anteproyecto de la Declaración, presentado el 3 de junio de 1947, decía lo siguiente: “La palabra, la escritura, la prensa, el libro, los medios audiovisuales y los demás medios de comunicación son libres. No obstante, autores, editores, impresores, etc. deberán responder de sus actos si hacen un mal uso de dicha libertad, por ejemplo, al difamar sobre otros o al informar de forma deshonesta e imparcial“. Esa dura limitación de la libertad de prensa, mayoritariamente rechazada por la Comisión, remite a la convicción de Cassin de que los derechos también implican obligaciones cívicas. Eso, junto a su actitud claramente antifascista y su defensa de los derechos económicos y sociales, le hizo sospechoso para Estados Unidos. Un funcionario del Departamento de Estado no tuvo reparos en llamarle “criptocomunista“, evidenciando que desconocía su mentalidad liberal-conservadora. En realidad Cassin estaba en total oposición con la Unión Soviética en la cuestión de la soberanía nacional, que para los soviéticos era decisiva: Cassin opinaba que el derecho internacional debía tener prioridad sobre la legislación nacional y que debían existir medios internacionales de coacción para imponerlo.
Otra de las tendencias conservadoras de su pensamiento era su poco interés por los derechos de la mujer. El voto femenino se implantó en Francia en 1944 a través del Parlamento provisional, convocado por el general De Gaulle y cuya sede estaba en Argel. El Parlamento consideraba que las francesas debían tener derecho a voto activo y pasivo, pero hubo cierta oposición a una medida inmediata. Mientras que la mayoría apoyó finalmente la implantación inmediata del voto femenino, Cassin votó en contra. Naturalmente consideraba la igualdad de derechos de la mujer como parte de los principios de igualdad de los derechos humanos, pero nunca pareció estar especialmente interesado en los derechos de la mujer. Una prueba de ello era su uso persistente del género gramatical masculino (como en el término “droits de l‘homme“) a pesar de todos los debates al respecto que habían tenido lugar en las Naciones Unidas.
Durante su estrecha colaboración con el gobierno en el exilio de De Gaulle, su principal interés fue la conservación de las instituciones estatales de la República francesa frente al gobierno de Vichy, que consideraba ilegal. Revocó la orden de expatriación de los judíos franceses dictada por el gobierno de Vichy y les devolvió los plenos derechos civiles en la Francia Libre. Sin embargo, en ese programa de defensa de la legalidad de la antigua República no cabían cambios revolucionarios sobre derechos humanos, y mucho menos en la cuestión de las colonias francesas. Durante la guerra, Cassin defendió incondicionalmente la política de De Gaulle de mantener el imperio colonial francés. Desde una perspectiva militar tenía sentido, porque permitía a la resistencia expandirse más allá de Francia. Políticamente Cassin cuestionaba los abusos del colonialismo, aunque no el sistema colonialista en sí. De los liberales del siglo XIX tomó la idea sobre la “misión civilizadora“ que Francia debía llevar a cabo en el mundo. La precariedad que la política militar de De Gaulle había llevado a la población africana era para Cassin un manifiesto de la “fe en Francia“ que permitía a esa población sobrellevar la dureza de su situación “con paciencia ejemplar“ para “ayudar en la liberación de la patria francesa“. Pero Cassin también comprendía que tras la guerra los “franceses africanos“ quisiesen una nueva forma de gobierno, que él sólo concebía como asociación y no como independencia. Al acabar la guerra, Cassin vio la solución en la Union Française, un imperio federal francés con autonomías lo más libres posible. De ninguna manera se planteaba el “derecho a la independencia nacional“ que habían reclamado muchos países del Sur. Respecto a los sangrientos combates en las colonias francesas, pocas veces manifestó su opinión y siempre de forma muy moderada. Mientras que otros intelectuales franceses se opusieron claramente a los métodos bélicos de las tropas francesas en Argelia, para Cassin estos se explicaban por la dificultad de luchar contra un enemigo que no atendía a ningún tipo de derecho.
Al mismo tiempo siguió trabajando en la creación de instituciones que también debían juzgar y erradicar las violaciones de derechos humanos en Francia. Destaca especialmente la creación del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sobre la base de la Convención Europea de Derechos Humanos, aprobada en 1951. Cassin trabajó en el propio Tribunal desde 1960 hasta 1968, primero como juez y los últimos tres años como presidente. En 1969 fundó en Estrasburgo el Instituto Internacional de Derechos Humanos. A lo largo de su vida Cassin intentó como nadie compaginar la teoría con la práctica, el servicio público con el compromiso civil, y el rigor judicial con la empatía humana.
Traducción del alemán: Álvaro Martín Martín