René Cassin (1887 – 1976) Francia

Dic 29th, 2008 | By | Category: Biografías

por Rainer Huhle

 

René Cassin fue un jurista que, además de hacer una carrera universitaria, mantuvo un compromiso social y polí­tico durante toda su vida. Su participación en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que le hizo conocido mundialmente y por la cual fue galardonado en 1968 con el Premio Nobel, fue sólo una etapa más en su larga vida de activista. Es difí­cil determinar el número exacto de cargos que ejerció en el servicio público, en organizaciones internacionales y en ONG, y nombrarlos todos excederí­a el objetivo de esta pequeña biografí­a. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, el joven Cassin ya se habí­a doctorado en Derecho y Ciencias Polí­ticas. Su vida militar acabó en octubre de 1914, cuando fue herido de gravedad y tuvo que abandonar el frente. Durante el conflicto prestó su ayuda a las ví­ctimas de la guerra, y a principios de 1918 fue uno de los fundadores de la Unión Federal de Antiguos Combatientes y Ví­ctimas de Guerra (Union Fédérale), de la que fue elegido presidente en 1922.

Su compromiso personal con las ví­ctimas de la guerra pronto le vinculó a los movimientos por la paz y por el entendimiento internacional. En 1921 organizó un encuentro entre veteranos de guerra franceses y alemanes, y cuatro años después, una conferencia internacional de heridos de guerra con participantes de ambos bandos. Desde 1924 intervino en la Sociedad de Naciones y persuadió a la Union Fédérale para que la apoyara. Cassin no era pacifista pero estaba convencido de la necesidad de evitar nuevas guerras mediante la creación de organizaciones internacionales.

Al mismo tiempo era un ferviente patriota. Justificó ante los veteranos franceses su compromiso internacional con la frase “Francia no es una nación como las demás“, tomando como prueba de ese carácter especial la incorporación de jóvenes de 26 paí­ses al ejército francés al inicio de la guerra. “Encarnamos un ideal de libertad, de independencia y de humanitarismo“, declaró Cassin a continuación, motivo por el cual los miembros de la Union Fédérale eran los “representantes de la moral francesa en el mundo“. Cassin estuvo convencido toda su vida de esa misión cultural e ideológica que debí­a cumplir su paí­s.

Cassin también supo conciliar su patriotismo con su origen judí­o. Se crió en Bayona en una familia judí­a de ideologí­a liberal con raí­ces germano-alsacianas, españolas e italianas. Tení­a diez años cuando el “caso Dreyfus“ reveló la existencia de un fuerte antisemitismo en Francia y propició la fundación de la Ligue des droits de l‘Homme. En el paí­s galo, donde la revolución habí­a otorgado plenos derechos civiles a los judí­os, la mayorí­a de ellos no se refugió en sus raí­ces religiosas, sino más bien en los principios de libertad, igualdad y fraternidad. También fue así­ en el caso de Cassin, que posteriormente tendrí­a un papel destacado en la Ligue des droits de l‘Homme.

En los años treinta, un viaje a Palestina motivó su compromiso con los derechos de los judí­os y el fomento de su cultura. Se adhirió a la Alliance Israélite Universelle, una organización que desde mediados del siglo XIX se dedicaba a construir y ampliar escuelas y otras instituciones culturales en las comunidades judí­as que habí­a dispersas por el norte de África y Oriente Medio desde su expulsión de España. Cassin percibió en seguida la gran amenaza que suponí­a para los judí­os europeos la ascensión de Hitler al poder. Veintiocho familiares suyos fueron ví­ctimas del holocausto. Sin embargo, para él el holocausto era parte de un proyecto más amplio: “El objetivo principal de Hitler era el exterminio de los judí­os, pero eso también era parte de un ataque a todo lo que representaba la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad. En el fondo, el racismo de Hitler era un intento de eliminar los principios de la Revolución Francesa“. Tras los Juicios de Núremberg, Cassin declaró que los judí­os “se solidarizaban con las demás ví­ctimas“ y con cualquiera que hubiera opuesto resistencia a los nazis, independientemente de su nacionalidad.

La voluntad de Cassin de conseguir la reconciliación y el entendimiento internacional llegó a su fin ante la Alemania nazi: desaprobó tajantemente los Acuerdos de Múnich y se retiró de la Sociedad de Naciones “”en la que tení­a puestas grandes esperanzas“” porque era “una gran máquina sin motor“. “El servilismo no trae la paz, sino que conduce a la guerra“, escribió.

Cuando Hitler invadió Francia y la dividió entre el estado satélite de Vichy y una zona de ocupación alemana, Cassin, como hombre de Estado más eminente, se unió al exilio en Londres del general De Gaulle. Allí­ estableció las bases de la futura Cuarta República: una constitución republicana que garantizaba los derechos humanos, y la protección jurí­dica ante el gobierno ilegí­timo de Vichy y sus medidas ilegales, entre ellas, la expatriación de los judí­os. Durante la guerra confluyeron los elementos básicos del pensamiento y de la actividad polí­tica de Cassin: un patriotismo ferviente “”aunque con una orientación internacional“”, la lucha contra el antisemitismo y la persecución judí­a, el compromiso con los principios jurí­dico-estatales y el respeto de los derechos humanos. Por otro lado estaba su vocación por la educación y la formación, que alimentó trabajando en la Universidad y en la Alliance Israélite Universelle, aunque también como representante de la Francia Libre durante la Segunda Guerra Mundial en la Conferencia de Ministros Aliados de Educación. Esta conferencia fue uno de los núcleos de la UNESCO, en cuya fundación Cassin también participó.

Cassin también representó al gobierno francés en el exilio en la War Crimes Commission “”fundada en 1943 por los paí­ses aliados“”, que documentaba metódicamente los crí­menes del régimen nazi para más adelante poder llevar a los responsables ante los tribunales. En 1944 aprovechó su cargo de mandatario de justicia del gobierno provisional de De Gaulle para dotar a la jurisdicción militar francesa de competencia judicial sobre los crí­menes nazis, no sólo en territorio francés sino en todos los paí­ses. Ésa fue probablemente la primera vez en la historia que se postuló el principio de justicia universal para las violaciones de derechos humanos. Pero en los Juicios de Núremberg, que para él también fueron un triunfo del derecho frente a la violencia, Cassin observó que el concepto de los derechos humanos era claramente insuficiente. Pocos meses después de la sentencia criticó que el tribunal no se hubiera atrevido a aplicar el cargo de “crí­menes contra la humanidad“. Según él, el crimen de la persecución de los judí­os deberí­a ser concebido como crimen absoluto, al margen de cualquier guerra.

Cassin retomó todo esto cuando, al finalizar el conflicto, fue enviado a la nueva Comisión de Derechos Humanos de la ONU en representación de Francia. Como presidente del Consejo de Estado (Conseil d‘État), que entre otras cosas ejercí­a las funciones de un tribunal constitucional, ostentaba uno de los cargos públicos más importantes. Pero Cassin vio en la ONU “”a cuya conferencia de inauguración no pudo asistir por sus obligaciones con Francia“” la oportunidad de hacer realidad lo que la Sociedad de Naciones no habí­a conseguido: establecer un nuevo sistema de paz sobre la base de los derechos humanos garantizados. Volcó todas sus energí­as sobre su nueva tarea y pronto se convirtió en uno de los lí­deres de la Comisión de Derechos Humanos. En Francia es considerado el verdadero “padre de la Declaración de Derechos Humanos“, un reconocimiento que no le corresponde ni a él ni a nadie, porque fue un trabajo colectivo.

Pero Cassin no sólo aportó ideas fundamentales para la Declaración Universal, sino que tuvo una participación importante en su redacción. También figura entre los delegados que fijaron los derechos económicos y sociales en la Declaración frente a la oposición de Gran Bretaña y Estados Unidos. El derecho a la educación seguí­a siendo para él un objetivo prioritario. Insistió en que la educación tení­a que servir a determinados valores de la sociedad, idea que se refleja en el segundo párrafo del artí­culo 26 de la Declaración: “La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos, y promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz”.

Cassin tení­a ideas parecidas sobre el derecho a la libertad de expresión. En su anteproyecto de la Declaración, presentado el 3 de junio de 1947, decí­a lo siguiente: “La palabra, la escritura, la prensa, el libro, los medios audiovisuales y los demás medios de comunicación son libres. No obstante, autores, editores, impresores, etc. deberán responder de sus actos si hacen un mal uso de dicha libertad, por ejemplo, al difamar sobre otros o al informar de forma deshonesta e imparcial“. Esa dura limitación de la libertad de prensa, mayoritariamente rechazada por la Comisión, remite a la convicción de Cassin de que los derechos también implican obligaciones cí­vicas. Eso, junto a su actitud claramente antifascista y su defensa de los derechos económicos y sociales, le hizo sospechoso para Estados Unidos. Un funcionario del Departamento de Estado no tuvo reparos en llamarle “criptocomunista“, evidenciando que desconocí­a su mentalidad liberal-conservadora. En realidad Cassin estaba en total oposición con la Unión Soviética en la cuestión de la soberaní­a nacional, que para los soviéticos era decisiva: Cassin opinaba que el derecho internacional debí­a tener prioridad sobre la legislación nacional y que debí­an existir medios internacionales de coacción para imponerlo.

Otra de las tendencias conservadoras de su pensamiento era su poco interés por los derechos de la mujer. El voto femenino se implantó en Francia en 1944 a través del Parlamento provisional, convocado por el general De Gaulle y cuya sede estaba en Argel. El Parlamento consideraba que las francesas debí­an tener derecho a voto activo y pasivo, pero hubo cierta oposición a una medida inmediata. Mientras que la mayorí­a apoyó finalmente la implantación inmediata del voto femenino, Cassin votó en contra. Naturalmente consideraba la igualdad de derechos de la mujer como parte de los principios de igualdad de los derechos humanos, pero nunca pareció estar especialmente interesado en los derechos de la mujer. Una prueba de ello era su uso persistente del género gramatical masculino (como en el término “droits de l‘homme“) a pesar de todos los debates al respecto que habí­an tenido lugar en las Naciones Unidas.

Durante su estrecha colaboración con el gobierno en el exilio de De Gaulle, su principal interés fue la conservación de las instituciones estatales de la República francesa frente al gobierno de Vichy, que consideraba ilegal. Revocó la orden de expatriación de los judí­os franceses dictada por el gobierno de Vichy y les devolvió los plenos derechos civiles en la Francia Libre. Sin embargo, en ese programa de defensa de la legalidad de la antigua República no cabí­an cambios revolucionarios sobre derechos humanos, y mucho menos en la cuestión de las colonias francesas. Durante la guerra, Cassin defendió incondicionalmente la polí­tica de De Gaulle de mantener el imperio colonial francés. Desde una perspectiva militar tení­a sentido, porque permití­a a la resistencia expandirse más allá de Francia. Polí­ticamente Cassin cuestionaba los abusos del colonialismo, aunque no el sistema colonialista en sí­. De los liberales del siglo XIX tomó la idea sobre la “misión civilizadora“ que Francia debí­a llevar a cabo en el mundo. La precariedad que la polí­tica militar de De Gaulle habí­a llevado a la población africana era para Cassin un manifiesto de la “fe en Francia“ que permití­a a esa población sobrellevar la dureza de su situación “con paciencia ejemplar“ para “ayudar en la liberación de la patria francesa“. Pero Cassin también comprendí­a que tras la guerra los “franceses africanos“ quisiesen una nueva forma de gobierno, que él sólo concebí­a como asociación y no como independencia. Al acabar la guerra, Cassin vio la solución en la Union Française, un imperio federal francés con autonomí­as lo más libres posible. De ninguna manera se planteaba el “derecho a la independencia nacional“ que habí­an reclamado muchos paí­ses del Sur. Respecto a los sangrientos combates en las colonias francesas, pocas veces manifestó su opinión y siempre de forma muy moderada. Mientras que otros intelectuales franceses se opusieron claramente a los métodos bélicos de las tropas francesas en Argelia, para Cassin estos se explicaban por la dificultad de luchar contra un enemigo que no atendí­a a ningún tipo de derecho.

Al mismo tiempo siguió trabajando en la creación de instituciones que también debí­an juzgar y erradicar las violaciones de derechos humanos en Francia. Destaca especialmente la creación del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sobre la base de la Convención Europea de Derechos Humanos, aprobada en 1951. Cassin trabajó en el propio Tribunal desde 1960 hasta 1968, primero como juez y los últimos tres años como presidente. En 1969 fundó en Estrasburgo el Instituto Internacional de Derechos Humanos. A lo largo de su vida Cassin intentó como nadie compaginar la teorí­a con la práctica, el servicio público con el compromiso civil, y el rigor judicial con la empatí­a humana.

Traducción del alemán: Álvaro Martí­n Martí­n

 

Comments are closed.