Herman Schwember: Delirios e Indignidad – El Estéril Mundo de Paul Schäfer, Santiago, LOM, 2009
En el libro de Herman Schwember, Delirios e Indignidad – El Estéril Mundo de Paul Schäfer, tenemos el primer informe completo sobre la constitución interna del asentamiento alemán en Chile llamado Colonia Dignidad. Nunca nadie había tenido mejor acceso que él a los habitantes del asentamiento. Durante un año y medio, desde 2005, Schwember había sido Delegado del Gobierno Chileno ante el asentamiento. Se le había dado oficialmente el encargo de encontrar la mejor solución posible para los cerca de 200 habitantes que se habían quedado en la Colonia después de la huída del jefe de la secta, Paul Schäfer, en 1997. Estas personas habían sido, en su gran mayoría, víctimas de Schäfer. El estado alemán y el chileno querían que estas personas se quedaran en el mismo asentamiento que ahora se llama Villa Baviera y trataban de ofrecerles una perspectiva confiable para el futuro. Al ver que las autoridades chilenas pasaban por alto o sabaoteaban todas las propuestas prácticas, Schwember renunció a su cargo y escribió Delirios e Indignidad. Es un libro que rezuma amargura.
Durante el tiempo de la dictadura, Schwember había estado en prisión. Tuvo entonces compañeros de cárcel de quienes él pensaba que habrían sido llevados a la Colonia Dignidad para “desaparecer” allí. Como Delegado gubernamental, él visitó semanalmente la Colonia en la que Pinochet había mantenido una prisión clandestina. Pude acompañarle durante una de esas visitas, por lo que puedo garantizar su seriedad.
A Schwember no le cabe ninguna duda de que los culpables deben ser castigados por los delitos de asesinato y tortura. Pero, durante largas y a menudo confidenciales conversaciones, escuchó también dolorosas historias de los propios habitantes. Cada dolor humano es único. Pero, en el caso de la Colonia Dignidad se plantea con fuerza la pregunta acerca de la relación que existe entre las torturas y los asesinatos allí perpetrados en contra de los prisioneros políticos, por un lado, y el terror psicológico, el abuso sexual y las demás torturas a las que Schäfer y su comparsa directiva sometían a los miembros de la secta, por otro. Ambas cosas tienen que ver la una con la otra. Los miembros de la secta estaban predispuestos para colaborar con el servicio secreto chileno gracias al largo entrenamiento a que se habían sometido de explotarse recíprocamente. Schwember reclama justicia para todos: castigo para los hechores y compensación para las víctimas. Ya se ha castigado a algunos de los malhechores, por cierto que no a todos, ni mucho menos. Alemania es un puerto seguro para delitos que sólo en Chile pueden ser perseguidos o para los cuales no es fácil aducir las pruebas. Criminales alemanes que viven todavía en Chile gozan de inmunidad carcelaria o se aprovechan de una reglamentación ilegal de delación pactada. Todavía no se le ha dado indemnización a ninguna de las víctimas.
Schäfer aterrorizó a su secta durante cuarenta años, sin contar los dos lustros de la fundación en Alemania. Pero tanto la justicia alemana como la chilena han logrado hasta ahora sólo resultados asaz escuálidos en lo que se refiere a penas e indemnizaciones. Quien haya seguido y conocido durante años el comportamiento de la judicatura chilena en este asunto no puede menos de asentir con un suspiro al grito airado de Schwember sobre la complicidad y la incompetencia de la misma, cuando escribe: “no han hecho justicia a nadie”. Es claro que, al menos en Chile, gana la partida el juego político de echar todo aquello simplemente al olvido.
Schwembar trata de encontrarle una lógica al sin igual crimen de Schäfer. Una de las claves sería el abuso de la religión. En cambio, ni Schwember ni ningún otro autor serio pueden encontrar algún germen nacionalsocialista en la ideología de Schäfer. Lo que sucedió en la Colonia Dignidad no tuvo nada de conspirativo, ni fue tampoco el “programa personal de un venido a menos” – lo que sin duda había sido Schäfer después de la segunda guerra. Schwember descubre una “cultura de la violencia que era parte de la forma acostumbrada de relacionarse entre los miembros de la comunidad”. Los asentados eran “un montón de enfermos asustados, felices con el susto en el que vivían”. Su estrategia de sobrevivencia consistía en la hipocresía y la superficialidad. Una respuesta correcta era aquella por la que se recibían menos golpes. Quien llamara la atención, se exponía voluntariamente al peligro. Schwember da a entender así que la Colonia Dignidad funcionaba como un sistema en el que explotadores y explotados colaboraban activamente unos con otros.
Después de la huída de Schäfer en 1997 y su aprisionamiento en la Argentina en 2005, comenzó a desarrollarse una dinámica centrífuga en la secta a la que la coerción había mantenido junta hasta ese momento. Dado que las relaciones de propiedad no eran claras, comenzaron las luchas por la repartición de los bienes, luchas que duran hasta ahora (2009). Pero en el momento en que sobreviene una presión externa – acaso mediante procesos jurídicos -, entonces se apoyan todos mutuamente y se mantienen unidos en un “pacto del silencio”.
Schwember informa acerca de lo que ya había sido publicado sobre la producción de gas venenoso en la Colonia Dignidad[1], y agrega: “Es un hecho” que unos contactos y agentes (entre los que nombra a Wolff von Arnswaldt, Alfred Schaak y Albert Schreiber) trajeron utensilios y productos químicos a la Colonia Dignidad. Allí se los desaduanó, almacenó e instaló. De allí fueron llevados a una casa del jefe del servicio secreto chileno, Contreras. Schwember da ejemplos de contrabando de oro en vasos de miel. Habla de millones de dólares que habrían sido desplazados hacia el extranjero como dinero negro, pero sin poder precisar las sumas.
Schwember sabe también de lo que habla cuando escribe: “Las autoridades alemanas querían que todo el tema quedara en el pasado lo más pronto posible, que se garantizaran los derechos básicos de los ciudadanos alemanes (pero que ojalá quedaran todos en Chile) y que el tema saliera del debate político dentro de Alemania. En la práctica no tenían ningún interés real en que Schäfer y sus cómplices fueran castigados, sino más bien en que fueran olvidados” (p. 117, cf. también p. 283). De todas maneras, dice él que la Embajada Alemana en Chile se comportó de manera coherente. No se preocupó de los derechos humanos, ni en particular de las víctimas chilenas. Este juicio puede confirmarlo cualquiera que haya observado desde el lado alemán los ensayos de solución respecto a la herencia de Schäfer. A la contraparte chilena, Schwember le reprocha incapacidad, burocratismo y hasta mentiras. En el estado chileno, dice él, nadie quiere correr ningún riesgo. Por lo mismo a la diplomacia alemana no le quedó otra que resignarse. Que no pase nada, lo que no trae ningún problema tampoco en Alemania, según Schwember.
De cualquier manera que se mire el asunto, lo cierto es que hay que encontrar una solución para los habitantes de Villa Baviera. Por el lado chileno se han acumulado las dificultades, en vez de allanar el camino hacia una solución. Por ello Schwember renunció a su cargo al cabo de un año y medio de labor. Según él, habría sido un progreso para los derechos humanos que se hubiera encontrado una solución coordinada y objetiva. Se hubiera podido indemnizar a las víctimas y esclarecer crímenes. Dejémosle a Schwember la última palabra: “Creo que un manejo más inteligente, profesional, sistemático y multidimensional de las relaciones con la comunidad habría dado ya mucho más información y habría permitido expandir el ámbito de esa verdad posible, que será siempre incompleta. “ (p. 326)
[1]Friedrich Paul Heller, Pantalones de cuero, moños… y metralletas. El trasfondo de Colonia Dignidad, Ed. Chile América/Cesoc, Santiago, 2005, p. 114-118.
F.P. Heller: Lederhosen, Dutt und Giftgas : die Hintergründe der Colonia Dignidad. 4., erweiterte und aktualisierte Aufl., Schmetterlingverlag Stuttgart 2011, S. 82-85
por Dieter Maier