Peru: El General en su laberinto – De general golpista a escritor y constitucionalista – Comentario sobre el Informe del general peruano Nicolás Hermoza Rí­os sobre la Operación “Chavin de Huantar”

Ago 17th, 1999 | By | Category: Novedades

por Esteban Cuya
Investigador del Centro de Derechos Humanos de Nuremberg, Alemania.

En el Perú actual existí­an generales de la dimensión histórica de Napoleón y de Alejandro Magno, y, qué injusticia, casi nadie se habí­a dado cuenta. Ahora, gracias a la cibernética, un “general victorioso” nos brinda la oportunidad de honrarle, exponiéndonos sus descubrimientos en cuanto a estrategia militar se refiere.

Pero pocos caerán en el juego. La soberbia es engañosa. El general Nicolás Hermoza Rí­os, Presidente, casi vitalicio, del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas del Perú, además de soberbio es vanidoso. Quiere que como el mundo admiró a Bonaparte, le admire también a él, el más reciente genio “made in Peru” para exportar. Sin embargo, el general Hermoza Rí­os comete una gran equivocación al tratar como una potencia extranjera invasora a los jóvenes tupacamaristas que ocuparon violentamente la residencia del embajador japonés en Lima en diciembre de 1996, y que meses después fueron masacrados por efectivos militares bajo su comando.

Si algún periodista o polí­tico hubiera dado a conocer el documento titulado “Chavin de Huantar, Estrategias de una operación militar” que actualmente se viene difundiendo a través de la Red Cientí­fica Peruana asociada a Internet, ( http://ekeko2.rcp.net.pe/CCFFAA/REV972/PAG02.HTM) seguramente ya habrí­a sido acusado de traición a la patria y amenazado con prisión perpetua, por el “eficientí­simo” Consejo Supremo de Justicia Militar. Hay quienes purgan prisión prolongada en el Perú por haber dado a conocer documentos internos menos explí­citos de las Fuerzas Armadas.

Entonces es legí­timo preguntarse qué razones empujaron al autodenominado “General Victorioso” a difundir tan desesperadamente su parte de guerra, en el que da cuenta de cómo se diseño y se ejecutó la solución militar para rescatar en abril de 1997 a los rehenes capturados por los combatientes del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru.

Ciertamente no ha sido la vanidad literaria lo que condujo a Hermoza Rí­os a difundir su informe sobre la denominada “Operación Chavin de Huantar”, porque méritos en este aspecto no se encuentran en ninguna parte de la obra. Habrí­a que buscar la razón, de la repentina difusión del documento, en el temor de ser separado abruptamente de su puesto, y ser enviado al exilio dorado en Ucrania o en Bangla Desh, donde tiene sus buenos amigos. Entonces, ante una eventual separación, que le harí­a perder su lugar en el triunvirato de gobierno, Hermoza Rí­os prefirió adelantarse a los acontecimientos y entregar al paí­s su parte de guerra, todaví­a en servicio activo y no después como general en retiro.

De esta manera Hermoza Rí­os busca ceder su puesto, todaví­a bajo la supuesta condición de “General Victorioso”, artí­fice de la pacificación nacional en el Perú. Sin embargo, por mas esfuerzos maquilladores, Hermoza Rí­os seguirá siendo el general encubridor de los asesinos de los estudiantes de “La Cantuta”, protector de los asesinos de “Barrios Altos”, así­ como aliado y defensor del tenebroso escuadrón de la muerte “Grupo Colina”. Existen demasiadas evidencias del apoyo del general Hermoza Rí­os a ese grupo de asesinos profesionales, como las las documentadas denuncias del general Rodolfo Robles Espinoza, ví­ctima también de la prepotencia gubernamental. Todas estas responsabilidades penales no se pueden ignorar por mas leyes de amnistí­a que promulgue Alberto Fujimori a favor de los violadores de los derechos humanos.

Con una impresionante soberbia el general Hermoza Rí­os empieza su informe titulado “Chavin de Huantar, Estrategias de una operación militar”, declarando su convicción de que “el futuro de nuestra Nación se formará sobre la base de los conceptos éticos que nuestra conducta irá cincelando en los moldes morales del futuro, pero no como un intrumento cí­clico de repeticiones sino de desarrollo lineal y de renovación, teniendo como base los valores que deben ser patrones de comportamiento, como verdaderos términos de referencia en los destinos de nuestro paí­s”. (El subrayado es mio)

Ningún concepto ético positivo puede surgir del autodenominado “general victorioso” que amparó y sigue amparando a un escuadrón de la muerte como el “grupo Colina”. Qué pronto olvidó Hermoza Rí­os el nesfasto rol cumplido por las fuerzas armadas que bajo su comando, cometió en 1994 violaciones sexuales a mujeres indefensas y asesinatos de campesinos indefensos en Challhuayacu, Chavin de Pariarca, Cayumba Chico, Moyuna y Moena, (1) así­ como torturas a prisioneros, empleadas de las propias fuerzas armadas, y ejecuciones extrajudiciales en diversas localidades.

Continúa el general Hermoza Rí­os, comentando la operación “Chavin de Huantar”, de rescate de los rehenes y masacre de los jóvenes guerrilleros, refiriéndose a ella como “una operación militar que está agotando los adjetivos para calificarla y que de acuerdo con la percepción de los analistas militares ha revolucionado los conceptos, pues ha desestabilizado la teorí­a escrita y ha promovido inquietudes respecto de los conocimientos que puedan explicar, técnicamente, cómo es que, aquella tarde (el 22 de abril de 1997), en presencia de millones de espectadores, se ejecutó una estrategia polí­tico militar y de inteligencia que tal vez sentará las bases de una nueva doctrina universal en este tipo de operaciones.”

Pocas veces uno tiene la oportunidad de conocer por sus propias actuaciones y escritos a un militar tan soberbio y ridí­culo, comparándose, él mismo, con estrategas militares de dimensión y reconocimiento internacional. Poco le falta a Hermoza Rí­os para afirmar que gracias a él se inicia una nueva etapa en las teorí­as de las guerras modernas. Pero, téngase en cuenta que está hablando de una incursión militar frente a jóvenes guerrilleros, soñadores y distraí­dos, como si se tratara de una gran potencia extranjera, equipada con iguales o mayor cantidad de combatientes y armamento bélico.

Continúa Hermoza Rí­os afirmando que “El arte bélico, (!desde cuando la guerra es un arte?) en el dominio militar, apasiona a los estudiosos de las teorí­as militares, por eso se han escrito grandes tratados o se han sacralizado definiciones de militares de renombre universal. (“como él mismo lo está haciendo”, le falta decir). Mas adelante insiste en su proclama de que “los hechos nos están indicando que los analistas militares están reordenando conceptos (gracias a él) y comienzan a concebir una nueva teorí­a de la ejecución de las estrategias y están revaluando las ideas básicas del espí­ritu con que los hombres de aquella tarde, escribieron para la historia uno de los mas extraordinarios ejemplos de cómo se lleva a cabo el desarrollo de una estrategia.” Así­ pues, este general reitera su enfermiza tentación de presentarse como el mayor genio militar de los últimos tiempos, digno de ser incluí­do en las más prestigiosas enciclopedias universales sobre la guerra.

Declara Hermoza Rí­os que el objetivo polí­tico de la Operación Chavin de Huantar era “el rescate con vida de las personalidades secuestradas,..sin hacer concesión contraria a las leyes”. Enseguida afirma que se determinaron dos alternativas, una solución pací­fica y una solución militar. Muy pomposamente el “general Victorioso” declara que “la Solución militar buscaba recuperar la autoridad suprema del Estado y la soberaní­a nacional amenazados por el comando guerrillero tupacamarista que ocupó la residencia del embajador japonés en Lima”. Aquí­ sus expresiones no pueden ser más cí­nicas: “En el Estado de Derecho se garantiza que la autoridad, en representación del pueblo, se ejerza dentro de los lí­mites señalados por la Constitución y las leyes del Perú”.

Increí­ble, este general que viola la Constitución del Perú a cada rato se queja de que los tupacamaristas “estaban lesionando este principio esencial” poniendo en riesgo el orden de la Nación. Nadie va a creer sensatamente que el general Hermoza Rí­os puede dar lecciones de respeto al Estado de Derecho.

El general recalca que “El Estado de Derecho, en suma, es el orden y la paz, valores que estaban siendo quebrantados impunemente por los delincuentes terroristas” (sic). Pero quién habla ahora de Estado de Derecho y de impunidad? Justamente es el general que el 22 de abril de 1993 llevó los tanques y tropas en uniforme de combate a la puerta del Parlamento para obligar al Congreso a no seguir investigando la masacre de La Cantuta.(2)El general Hermoza Rí­os está descalificado para pretender dar clases de respeto al estado de Derecho.

Revela el llamado “general victorioso” que para llevar a cabo la Operación Chavin de Huantar” “La delegación de funciones desapareció, contra toda la doctrina operacional, y asumí­ personalmente las funciones en todos los niveles, pero agregando a esta conducta, respeto por la opinión y recomendación de los especialistas…”. Añade que “sin pretenderlo, los mecanismos polí­ticos iban esrimulando la arrogancia de los delincuentes y cada dí­a aparentemente estaban mas convencidos de que sus peticiones al final tendrí­an el éxito que ilusamente esperaban. Confirma así­ la hipótesis sostenida por los observadores independientes de la crisis de los rehenes, de que el gobierno peruano jamás tomó en serio la alternativa de la solución pací­fica a este problema.

Con un incomparable cinismo el general Hermoza Rí­os dice que “recordando a Sun Tzu me repetí­ muchas veces: “Finge inferioridad y estimula su arrogancia (operaciones de engaño) y eso fue lo que hicimos ya que nunca dimos muestras, por lo menos esa fue nuestra intención, de que nos estábamos organizando paralelamente como una fuerza de contingencia para el caso del agotamiento de las conversaciones”. Aquí­ el general escandalosamente falsea los hechos, ya que es conocido que el MRTA denunció inmediatamente a la ocupación de la residencia diplomática, la preparación de las Fuerzas Armadas para el asalto militar. Conociendo la ferocidad militar en la represión de la subversión y en el ataque a poblaciones campesinas indefensas, difí­cilmente los tupacamaristas podrí­an haber considerado como ángeles inofensivos a las fuerzas armadas y pensar que iban a permanecer como meros espectadores.

Sin ningún sentido autocrí­tico, y por el contrario con una embriagada soberbia, Hermoza Rí­os sostiene que “el trabajo de los años de la lucha contra el terrorismo nos produce profunda satisfacción, porque podemos decir que no sólo cumplió su objetivo, sino que sigue constituyendo la estructura básica sobre la que se continuarán realizando operaciones como la denominada “Chavin de Huantar”. Hay que recordar aquí­ que la captura de los principales lí­deres del movimiento terrorista “Sendero Luminoso”, y con esto el control de gran parte de las acciones de terror fue obra de un equipo de la Policí­a Nacional y no del Ejército.

Hermoza Rí­os indica que “la operación se ejecutó sin mayor dificultad hasta la orden de abrir los accesos de los túneles en el punto final, en este momento se producen imprevistos que fueron superados por soluciones alternas; en el interior de la residencia los delincuentes respondieron con fuego cruzado de ráfagas cortas y largas, asi como tiro por tiro y en algunos casos sin control, disparando gran cantidad de munición”. La cumbre de la mentira viene en la parte del informe, en la que el general afirma que “nuestros hombres defensivamente, como estaba ordenado, respondieron con tiros controlados y del tipo tiro por tiro, empleando armas con silenciador y con una gran disciplina de fuego, lo que permitió hacer en varias oportunidades tiro cruzado”. De haber sido así­ qué necesidad tení­a el gobierno de esconder los cadáveres de los tupacamaristas, que fueron literalmente destruí­dos a balazos. (Algunos oficiales se jactaron públicamente de haberle tirado en total más de 500 disparos a Nestor Cerpa Cartolini y cada uno de sus compañeros.)

Para respaldar la imagen de grandeza de su operación militar, el Presidente del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas saca a relucir los efusivos mensajes de felicitación de no tan misteriosos personajes. Cita, entre otros, al general Manuel Bonnet, Brigadier General del Ejército colombiano, acusado de torturas y asesinatos a dirigentes sindicales y al sacerdote Tiberio Fernández Malfa, párroco de Trujillo, El Valle, Colombia. Según las investigaciones judiciales, 16 personas detenidas el 29.03.1990 por los soldados de Manuel Bonnet Locarno, fueron llevadas a la finca de un narcotraficante en Riofrí­o, donde fueron torturados, quemados con soplete, mutilados con motosierra y finalmente asesinados por los militares.(3) !Qué terrible resulta conocer al tipo de amigos que exhibe el general Hermoza Rí­os. Uno no sabe si hay que tener miedo o agradecerle por la confesión y advertencia.

Continuando con su informe, Hermoza Rí­os explica los factores que le llevaron al éxito, según su criterio, y que son entre otros,: El “secreto” y el principio de la “sorpresa”, las “operaciones de engaño”, la “variación de procedimientos de combate”, el principio de “rapidez”, así­ como el ensayo y la preparación del asalto militar a la residencia diplomática. Aquí­ el general se desborda en un frenesí­ que le lleva a destacar “el genio militar de mis soldados”, y a proclamar que “llenarí­amos páginas con detalles y quién sabe si al final de nuestro recuento, sólo nos quedarí­a el “hombre” como inspiración básica de esta enorme operación militar que le da tanto orgullo a las Fuerzas Armadas del Perú”. Enseguida agrega que “El éxito polí­tico y militar de la indicada operación en el ámbito de la comunidad internacional nos releva de emitir juicios de valor relacionados con la honestidad con que hemos realizado la descripción conceptual de este hecho trascendental en la historia de nuestro paí­s”.

El general Nicolás Hermoza Rí­os recalca su rol mesianico, afirmando que “Los hombres de ayer, de la década anterior, o no tuvieron la oportunidad de vivir los cambios del presente o no se enfrentaron a los desafí­os con riesgo de sus destinos. No hay otra verdad, por dura que sea debemos decirlo porque de ello depende que la historia se escriba con la verdad; de ello dependerá que nuestras acciones de hoy merezcan la atención positiva del mundo, penetren en todos los niveles mentales de nuestros hijos, y, porqué no, en nuestra propia vida mientras tengamos existencia para que edifiquemos las bases éticas de nuestra nación y comprendamos de una vez por todas que si hoy no nos preparamos no tendremos en el futuro las herramientas necesarias para el desarrollo de nuestro pueblo”. Llegado a este punto cualquier conocedor de la historia reciente de la violencia en el Perú no sabrí­a diferenciar si está frente a un informe del Jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas del Perú, o uno de esos panfletos redactados por Abimael Guzmán, el jefe terrorista encarcelado. Concluye su i

nforme el general Hermoza Rí­os, con estribillos destacando que las Fuerzas Armadas del Perú “Somos una unidad indestructible; somos una sola voluntad de servicio a la patria, sobre la que se sustenta la cohesión institucional; somos los defensores del honor del Perú. Esta es la unidad de comando que nos da calidad moral para adoptar las decisiones que la responsabilidad legal y constitucional impone. Esta fue una operación militar que “rescató la vida” de la persona humana, fin supremo de la Sociedad y el Estado. (Sic)

Uno con justicia deberí­a preguntarse de qué Fuerzas Armadas está hablando Hermoza Rí­os? No puedo creer que se refiera a la del Perú. Yo no comparto su concepto de “servicio a la patria” ni su calificación de ser él uno de los defensores del honor del Perú. Ningún futuro positivo puede forjarse sobre la base de la mentira y la soberbia que exhibe tan alegremente el supuesto “General Victorioso”.

Notas:

(1) Los Sucesos del Alto Huallaga. Coordinadora Nacional de Derechos Humanos. Lima junio de 1994.

(2)Lateinamerika Jahrbuch 1994. Institut für Iberoamerika- Kunde, Hamburg. Vervuert. Frankfurt am Main 1994. Pág. 192.

(3)ver: El terrorismo de Estado en Colombia. Ediciones NCOS, 1992. Bruselas. Pág. 71 y 72.

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